Jared y Jarek caminaban en silencio, mirándose ocasionalmente. La hermandad era un apodo que todos le tenían a la rama más exclusiva y aislada de su clan de cazadores, los más poderosos sacerdotes, los más mortales asesinos, los mejores estrategas, los líderes. Ellos los habían llamado. Y sólo habían dos razones para eso: Que hubiesen cometido una infracción tan grande que no quedaba otra solución que la muerte o la amnesia, o que hayan visto algo en ellos que se consideraba material de la hermandad. Ambos gemelos esperaban que fuese la última opción, los dos tenían un largo historial de acciones impulsivas y quebranto de reglas.

Karena los guiaba por la interminable combinación de pasillos de la mansión, cosa que era innecesaria ya que ellos habían crecido allí y sabían de memoria cada rincón. Pero con la hermandad, los protocolos lo eran todo. Karena se detuvo y se hizo a un lado, con una sonrisa les hizo señas a los gemelos para que entraran por la puerta doble de oscura y pulida madera. Le dio un beso a Jarek y apretó la mano de Jared. Parte de Jarek deseaba que ella entrara, ella le daba fuerzas y determinación, pero sus leyes le prohibían estar en una reunión de hombres, mucho menos en una que incluía a la hermandad. Para Jarek, eso eran estupideces, su hermana era el ejemplo de que eso no era una limitación y que habían muchos hombres que quedaban por debajo de las mujeres del clan. Jared le dio un pequeño empujón con el hombro a su gemelo y ambos entraron.

Sólo habían tres hombres dentro, dos en vestiduras negras con capuchas, de pie frente a un escritorio y un anciano detrás, su abuelo. Roden Ross, una leyenda entre todos los cazadores del mundo, el encarcelador de Díteras, el demonio negro, y fundador de su clan. Como todos dentro y fuera de esas paredes, Jared y Jarek no eran indiferentes al aura de poder y autoridad que su abuelo emanaba, y en ese momento, sentado y en sus, según él mismo, últimos años de vida (aunque venía diciendo lo mismo desde que su hermana mayor tenía memoria) esa aura no había disminuido. Los gemelos inclinaron la cabeza a manera de saludo, cerraron la puerta tras ellos y se acercaron. Los encapuchados dejaron sus rostros al descubierto, uno de cabello rubio rizado, ojos negros y una cicatriz que iba desde la frente hasta su pómulo, pasando por su ojo derecho y el otro, de rasgos y mirada dura, cabello negro, impecable peinado, ojos que no eran azules ni verdes sino algo intermedio y, a diferencia de su compañero, ni una imperfección o marca en su rostro de tez morena.

-Nietos- saludó su abuelo. Por unos minutos nadie dijo otra palabra, el ambiente se estaba poniendo incomodo para los gemelos, especialmente porque todos estaban viéndolos detenidamente, como analizando o esperando que les crecieran cuernos y una tercera pierna. El hombre de la cicatriz dio un paso adelante y se colocó frente a ellos.

-Jared y Jarek Ross, nietos de Roden Ross, cazadores de nivel cuatro, los hemos llamado debido a su historial de misiones. Ustedes dos son impredecibles, ajenos a la obediencia de reglas en el campo de batalla. Irresponsables, inestables e incontrolables. Hacen lo que les parece sin pensar en consecuencias, entran en batallas sin una estrategia, sin un plan, tienen la equivocada noción que nada puede dañarlos y que siempre saldrán vencedores. Es un milagro que sigan con vida- Ambos gemelos tragaron grueso y se prepararon mentalmente para combatir con un solo pensamiento en sus cabezas: Proteger a su gemelo, o al menos darle el suficiente tiempo para escapar.

-Armán, deja de tratar de asustar a mis nietos. Son Ross, el miedo es algo desconocido para ellos. Todas las cosas que acabas de enumerar de forma tan elocuente lo dejan bien claro- El de tez morena rompió su silencio con una risa. Cambió de puestos con su compañero y se cruzó de brazos.

-Me disculpo por la introducción de mi compañero. Armán puede ser un poco maniático en lo que a reglas se trata. Mi nombre es Tomás, Armán y yo somos cazadores de nivel diez. Hermandad, como nos llaman en los niveles bajos. Hemos estado hablando con su abuelo, tratando de conseguir su aprobación para dirigirnos a ustedes. Los ángeles nos favorecieron-

-Apenas- interrumpió Roden –Y eso porque me agradas más que ricitos de oro- Los gemelos hicieron su mayor esfuerzo para no reírse. Por sus cabezas ya habían pasado miles de frases para apoyar el comentario de su abuelo, pero no era el momento o lugar.

-Debido a todas las razones que Armán les dijo, los niveles superiores se han interesado por ustedes, creemos que podrían ser buenas adiciones a nuestra pequeña comunidad. Queremos llevarlos al siguiente nivel- Ambos abrieron la boca para decir el honor que eso significaba y toda la demás basura protocolar pero Tomas alzó la mano para callarlos. –Deben saber antes que el interés no es suficiente, deben demostrar que pueden ser de utilidad para nosotros. Se nos ha encargado que los llevemos a una misión para ponerlos a prueba- De uno de sus bolsillos sacó unas laminas de metal del tamaño de una tarjeta, volteó la mano y las laminas no cayeron al suelo sino que quedaron flotando en el aire. Una a una se unieron hasta formar una tablilla que emanaba una luz azul que tomaba la forma de edificios. Hologramas. -Esa es la vieja ciudad- dijo Jared. Se dio cuenta muy tarde que había hablado en voz alta. Y en esas reuniones sólo se hablaba si te preguntaban algo. Pero nadie se vio insultado o salió de la oficina, al contrario, Tomás asintió. -Así es. Nuestros sacerdotes han encontrado una considerable cantidad de energía sobrenatural allí. Hasta donde sabemos es un demonio a cargo y varias criaturas bajo su mando. No sabemos qué hacen allí, no nos importa. Lo que sí importa es enviarlo al infierno, lo más profundo que se pueda. Matar todo lo demás- En el holograma aparecieron varios puntos. Uno naranja y otros blancos, sus objetivos.

-Suena sencillo- dijo Jarek. Armán lo miró ofendido y Tomás sonrió como si hubiera dicho un chiste.
-No lo es- respondió Roden –Con estos tipos nunca lo es. Dile lo demás, Tomás y terminemos con esto. Me toca hablar con ellos-

-Este demonio ha estado ocupado, ha recolectado poderes, uno de ellos muy útil: Puede ver el futuro. De una manera muy limitada, pero lo suficiente para que sea una molestia para nosotros. Esta no es la primera vez que tratamos de atraparlo, cada vez que estamos cerca de él se nos escapa. Cuando tomamos una decisión puede verla al momento. Aquí es donde toda esa inestabilidad e irresponsabilidad nos podría ser útil. Quizás ustedes podrían ser su punto ciego. Entonces ¿Contamos con ustedes?- Los gemelos respondieron con entusiasmo que sí -¡Muy bien! Salimos mañana en la noche- Y sin decir más salieron del estudio. En el momento en que cerraron la puerta su abuelo se levantó. 

-¿Saben? Siempre pensé que lo más estúpido que habría en sus vidas sería la decisión de su madre de nombrarlos como lo hizo. Pero al decir que sí a esa propuesta la han superado como no tienen idea-Los gemelos dejaron de sonreír. Su abuelo hablaba en serio, era más que obvio.

-Pero abuelo…

-¡¿Qué me van a decir?!- Ambos se estremecieron. Su abuelo era lo suficientemente intimidante sin levantar la voz. Cuando lo hacía era peor que la primera vez contra un demonio –La única razón por la cual dejé que hablaran con ustedes fue porque se supone que no tienen trato especial por ser mis nietos, tienen igual derecho de ser ascendidos como cazadores. Si hubiese quedado de mi parte los hubiese decapitado en el momento que me pidieron hablar con ustedes, pero este clan no se armó solamente siguiendo mis deseos. Contaba con que tuviesen la mínima inteligencia para negarse, para no acortar la ya corta vida de su rama laboral-
-Abuelo- Jared dio un paso al frente con las manos en alto, Jarek tragó grueso. Estaban pisando una fina capa de hielo, un paso en falso y ambos caerían en un doloroso baño de Roden Ross –No es una misión difícil, es algo que quizás hemos hecho cuatro o cinco veces. Tenemos esto ganado, créenos- Roden se masajeó el puente de la nariz y les dio la espalda, abrió uno de los muchos escaparates que tenía y sacó una larga y gruesa maleta. Mientras la abría siguió hablando.

-¿Han escuchado hablar de Jeremías, el carnicero?- los gemelos negaron con la cabeza –Eso es porque yo lo prohibí con pena de muerte- En cualquier otro momento eso hubiese sido una broma. 

–Jeremías fue un cazador de nivel tres, estábamos apenas estableciéndonos en esta ciudad, y él recibió el llamado. Tenía la misma cara de imbécil emocionado que ustedes dos. La misión que le propusieron delante de mí era algo sencillo: Ir, desterrar a un demonio y recuperar algo que había robado. El idiota aceptó y partieron de aquí un grupo de cinco cazadores y una sacerdotisa de la hermandad junto con Jeremías. Pasó un mes sin que nadie regresara, enviamos grupos de búsqueda pero nadie encontró ni siquiera un cabello, ni tumbas. Desaparecieron. Luego, un día Jeremías apareció en la puerta principal sin saber cómo llegó allí, dijo que lo único que recordaba era haber llegado al sitio de su misión y luego a la casa. Lo sometimos a todo tipo de pruebas, pasó por doctores, sacerdotes, psicólogos, curanderos, terapeutas, brujos y cada uno de ellos no encontró nada fuera de lo normal o que indicara que Jeremías mentía en su historia. Regresó a su vida como cazador y era como si nunca hubiese ocurrido nada. Una noche, Jeremías tomó su espada y fue pasando de habitación en habitación masacrando a todos los que encontraba, cortaba sus gargantas o los atravesaba como pinchos. Fui yo quien lo encontré, en el recibidor, rodeado de cuerpos, bañado en sangre, arrodillado frente al cuadro del ángel, rezando. Trató de enfrentarse a mí, terminó sin su cabeza. Nunca supe qué pasó, qué le hicieron. El pobre Jeremías terminó siendo un cuento de terror que los mayores usaban contra los niños. Desde entonces he odiado a esos malditos de los altos niveles, pero no por lo que le pasó a Jeremías sino por la indiferencia que mostraron con sus propias pérdidas. Ya no puedo hacer nada por ustedes, así que les pediré esto: Cuídense, no confíen en ellos y hagan lo que tengan que hacer para regresar con su familia- Roden bajó la mirada y tomó un momento para recuperarse. Esa historia siempre lo afectaba, la imagen del recibidor y Jeremías aún lo acechaba en las oscuras esquinas de sus sueños. Ahora se alimentaría del miedo de que uno de sus nietos, o ambos, fuese el próximo Jeremías.

Cada vello en el cuerpo de los gemelos estaba erizado, Jared y Jarek se miraron a los ojos, ya sin rastros de emoción o ilusión sino con una preocupación por el bienestar del otro. Su abuelo no se descomponía por cualquier cosa y verlo así les dijo que cada palabra que había salido de su boca era verdad y no algo para ponerlos en contra de la hermandad.

Los gemelos se tomaron de las manos.


Los humanos imaginaban el infierno de distintas maneras gracias a sus libros, películas y otros instrumentos para animar su imaginación. Lo que todas tenían en común era que el infierno es un lugar para sufrir. Las almas que eran enviadas allí por sus malos actos, la pagaban en un ciclo de amargura sin descanso. Las más fuertes llegaban a convertirse en demonios. El infierno estaba en un plano distinto al de la tierra, al igual que el cielo. La verdadera forma cambiaba pero básicamente era un desierto sin fin con varias secciones en que, como todo reino, se alzaban imponentes castillos, hogar de poderosos, sádicos y terribles demonios. Para los no tan poderosos, existían las cuevas, un laberinto donde el verdadero juego de poder ocurría. Mientras los señores del infierno, caballeros y la prisión de Lucifer se mantenían inmutables, en las cuevas siempre había el demonio que tenía su vista fija en ocupar uno de los enormes castillos. Sumando poderes para elevarse sobre los otros. Y ocasionalmente lo conseguía.

En una de las cuevas estaba Remigras. Un alma que había llegado al infierno por su avaricia y de la misma manera se había convertido en demonio. Ahora, había amasado una gran cantidad de poder y tenía a varios bajo su comando. En su vida humana había sido un doctor que tratando de alcanzar mayor fama comenzó a hacer experimentos en seres humanos, como demonio no había cambiado mucho. Siempre experimentando, nunca sin algo que probar. Remigras estaba sentado, sosteniendo su última creación con los dedos, admirando como la luz rojiza del infierno creaba una infinidad de tonos rojizos en el contenido del pequeño frasco. Tanto poder en tan poco espacio.

-Señor- el demonio que apareció se inclinó a manera de saludo –Ya está listo. Hemos enviado la señal- Remigras sonrió.

-¿De acuerdo a las especificaciones?-

-Sí señor, tal como lo instruyó- Remigras soltó una carcajada –Excelente Loredas ¡Excelente!- se levantó de la silla y se acercó a su súbdito, lo tomó de los hombros en una señal de emoción –Lo de esta noche será hermoso, por fin, nuestro trabajo será recompensado. En lo que llevemos a cabo este experimento, y sea exitoso, no pararemos de ascender hasta ser los que saquemos a Lucifer de su prisión. Y desde allí, los poderes nos lloverán- ambos demonios sonrieron y el súbdito se arrodilló ante su amo.

-Y será usted quien nos lleve a tal destino, amo, no tengo duda, pero… ¿Está seguro que esto funcionara? ¿Los cazadores…irán?- Por supuesto que sí pensó Remigras. Él sabía lo que su plan significaba para demonios no tan visionarios como él. Lo que los otros demonios tampoco tenían era un amigo dentro de los cazadores, alguien que había planeado cada paso de ese plan junto a él, alguien que le dijo qué hacer, cómo hacer y a quien acercarse, le había dado un sujeto de pruebas, le había dado todo. Porque cuando el poder en el pequeño frasco de liberara, sería una nueva era para el infierno, sería el final para el reino de los humanos, los cazadores y todo lo vivo que se pusiera en medio.

-Vete a preparar, Loredas. No querrás ser un mal anfitrión- El demonio no esperó algo que no conseguiría y desapareció. Remigras volvió a su asiento y continuó admirando el trabajo más grande de su existencia.



Era la octava vez que Jarek intentaba comunicarse con su hermano. El teléfono le daba esperanzas en un par de tonos pero luego lo enviaba al buzón de voz. Eso lo odiaba de su gemelo, no estar al pendiente de su teléfono cuando andaba revolcándose por ahí, especialmente si él estaba a punto de dar informe de su misión a su superior y éste esperaba verlos a ambos allí. Para empeorar las cosas, no era la primera vez que Jared dejaba plantado a su superior, tenía el desprecio del hombre bien ganado.

-Maldita sea, Jared, atiende o aparece- susurró luego del noveno intento fallido.

-Tu madre no te lavó la boca con suficiente jabón ¿verdad mocoso?- Jarek sonrió antes de voltear. Sólo una persona lo llamaba así.

-Aún vives, viejo. Me sorprende que tus gastados huesos hayan regresado en su empaque original en lugar de una urna. En mi opinión, hubiese sido una enorme mejora- Ambos hombres se dieron un fraternal abrazo entre risas. Al separarse, Jarek inclinó la cabeza en forma de salud y el viejo hombre puso su mano sobre ella mientras decía un par de oraciones en otra lengua. –Es bueno verte, Maximilián- El anciano de pronunciadas arrugas, larga cabellera blanca y semblante pacificó sonrió. Usaba un hábito de color blanco con detalles en negro.

-A ti también, Jarek. Pero veo que sigues teniendo los mismos problemas que cuando me fui- dijo señalando el teléfono en su mano. Jarek sólo se encogió de hombros.

Jarek y Maximilián eran amigos desde que el joven tenía memoria. Max, que era como lo llamaba cuando no había nadie alrededor para alarmarse por su atrevimiento, era un alto sacerdote. El único que había en su clan, una posición de casi tanto respeto como el de su abuelo, fundador y patriarca. Se decía que los altos sacerdotes se ganaban su titulo luego de haber sido tocados por un ángel, eso les daba una provisión infinita de energía vital, la materia prima de sus conjuros. Un sacerdote normal moría si sus conjuros drenaban toda su energía, para un alto sacerdote eso no era preocupación. De pequeño, Jarek se escurría hasta los aposentos de Max para verlo conjurar animales de luces de colores y que lo hiciera flotar en el aire. No tenía idea de cuantos años tenía Max de vida pero lo prefería así. No se imaginaba no tener a su amigo.

-¡Ross!- Jarek apretó los puños y maldijo en voz baja. Se volteó y afirmó con la cabeza

-Señor- Raeyan, su superior, de cabello negro liso, ojos de un gris intenso y mirada nada amable, lo examinaba de arriba abajo y al espacio vacío a su derecha, obviamente buscando a su gemelo.

-¿Dónde está tu maltrecha fotocopia?- Jarek tragó grueso. Si por algún milagro su hermano no aparecía, estarían limpiando el campo de entrenamiento y los alrededores de la mansión por décadas. Y si eso pasaba, Jarek planeaba convertirse en el único hijo varón de sus padres. Maximilián dio un paso adelante.

-Si me permite interrumpir, cazador Raeyan, estaba aquí para avisarle al joven Ross que su hermano está haciendo unas diligencias en mi nombre, que si podría excusarlo con usted, pero ya que estoy aquí, lo hago yo mismo- Maximilián le sonrió de forma descarada. Era una pobre mentira, Jarek lo sabía y Raeyan aún más, pero el tema con las mentiras no era lo que se dijera sino quien las dijera, y Max estaba en una posición de tanto poder que Raeyan nunca se atrevería a llamarlo mentiroso. Nadie en la casa, sólo su abuelo. Raeyan tenía la mirada cargada de frustración cuando fusiló a Jarek con ella.

-En lo que estés con tu hermano, vengan a rendirme cuentas- Se dio la vuelta y tiró la puerta de su oficina tras él.

-No debiste hacer eso. Raeyan seguro ira con el abuelo- Max se encogió de hombros.

-Debes cuidar de tu hermano, Jarek- Jarek soltó un par de cosas inentendibles en protesta. Maximilián siempre estaba con ese tema, y técnicamente ese no era su trabajo. De los dos, él era el menor por cinco minutos. Si alguien debía cuidar de alguien era su gemelo de él, pero sólo le daba dolores de cabeza.

Los pasos de alguien corriendo resonaban por la escalera principal. Max y Jarek se asomaron. Era Karena que subía a toda prisa. Fue el turno de Maximilián de decir cosas inentendibles en voz baja, se dio la vuelta y se adentró en los pasillos de la mansión. A diferencia de su hermano, a Maximilián de verdad le desagradaba Karena. Nunca había dado una razón y Jarek trataba de que eso no le molestara, no quería que eso interfiriera con su relación con alguno de ellos.

-¡Jarek!- le gritó su novia al verlo, aumentó la velocidad y se paró frente a él con una gran sonrisa.

-¿Qué pasa?-

-Quieren hablar contigo y con Jared… los hermanos, los han llamado- Jarek se quedó en silencio, la sorpresa lo hizo abrir los ojos tanto como pudo y el corazón alcanzó su máxima velocidad en latidos. En ese momento alguien entró por la puerta principal.


Jared entró al vestíbulo y dejó sus cosas en la mesa del recibidor, de pronto sintió que lo veían desde arriba. Y así era. Su gemelo estaba agarrado de la baranda con una expresión en el rostro que le dijo prácticamente todo lo que necesitaba saber. Una de las raras cosas de gemelos entre ellos.

-Maldición- susurro Jared antes de echarse a correr escaleras arriba.