Amanda estaba sentada con las piernas cruzadas y escuchaba atentamente a su paciente. No había nada nuevo para ella trabajar, sólo lo mismo de las últimas dos semanas. Su paciente estaba tratando de no hablar de algo, lo sabía, pero antes de interrumpir el monologo que tenía la alarma de vibración en su bolsillo se disparó indicándole que la hora de terapia había acabado.
-Muy bien, Martín. Creo que hemos hecho un poco de progreso hoy, pero quiero que la semana que viene me hables de eso que estás tratando evitar ¿Sí?- Su paciente la miró con la incredulidad que venía cada vez que demostraba su poder de intuición a alguno de sus pacientes. 
–Es mi trabajo ayudarte a superar las cosas, Martín. Aún cuando lo trates de evitar- Fue la respuesta que le dio a su incrédula mirada. Amanda despidió a su paciente y organizó su oficina. Era casi hora de almuerzo y Darío pasaría pronto para que fuesen a almorzar. Darío era uno de sus amigos más cercanos y la fuente de su paciente más reciente. No sabía definir la relación de Darío con Alberto, pero era de las cosas más interesantes, al igual que la forma en que Alberto terminó en su consulta.

Fue una noche en casa de Darío. Amanda había estado yendo toda la semana siguiente de que Darío le contará acerca de Alberto, su situación y sus mutilaciones. Al principio no estaba cómoda con la petición de Darío de no decir que era una psiquiatra pero luego de conocer a Alberto se decidió a hacerlo. Ese niño brotaba desconfianza por cada poro de su piel, en sus silencios y en lo perdido de su mirada. Con su rutinaria evaluación de lenguaje corporal Amanda quería correr a abrazar a ese ser que obviamente había pasado por demasiado para su corta edad. La excepción a eso era cuando interactuaba con Darío. A los ojos de ella era como si un planeta y una luna orbitaran alrededor uno del otro. Si Darío hablaba, Alberto estaba al pendiente de cada palabra, si Alberto se movía, Darío estaba al pendiente de cada uno de sus movimientos, y si salía de su campo de visión su cuerpo se incomodaba hasta que Alberto volvía. Si estaban conscientes de eso, Amanda no lo sabía.

La cena transcurrió como las anteriores, un silencio absoluto por parte de Alberto excepto para responder secamente las preguntas que Amanda le hacía o con monosílabas a los comentarios de Darío, por lo que tanto Amanda como él se sorprendieron cuando al final, Alberto se ofreció a lavar los platos con ella. Esperaba que quizás hubiese algo de conversación pero Alberto secaba los platos en mortal silencio y dirigiéndole un par de miradas, por lo que cuando por fin le habló, Amanda no le escuchó.
-¡Te hice una pregunta!- Amanda se estremeció con el aumento en la voz de Alberto.
-Disculpa, Alberto. No te escuche-
-No te hagas la loca, se supone que debes evaluarme a mí, no al revés-
-No te entiendo, Alberto- respondió Amanda. Alberto resopló.
-¡Que no te hagas la loca, te dije! Eres la psiquiatra que Darío contrató para que me revisara ¿no?- El corazón de Amanda comenzó a latir con fuerza y rapidez. Si había algo en lo que no era buena era en situaciones bajo presión.
-¿Por qué dices eso?- El nerviosismo en su voz la traicionó.
-Porque no soy pendejo. Por eso- Alberto se subió las mangas de su camisa. Era la primera vez que lo hacía frente a ella. A Amanda le tomó todo su autocontrol para que una exclamación de horror no se le escapara ante las múltiples cicatrices que iban de arriba abajo en el brazo de Alberto, y las cuatro recién hechas exactamente en las muñecas.-Me hago esto y de pronto una amiga de toda la vida se viene a cenar todas las noches. Claro- Amanda dejó caer los hombros en señal de derrota.
-No te molestes con Darío. Sólo quería ayudar. Se preocupa por ti-
-Eso lo sé, es todo lo que ha hecho desde que lo conocí, pero esto es demasiado. Para todos. Sentarme a hablar de mis problemas no va a ayudar a nadie. Y hay cosas que nadie debería escuchar, ni siquiera usted, doctora- Alberto soltó el adjetivo de modo despectivo. Amanda lo ignoro, estaba acostumbrada. Casi todos sus pacientes habían tenido el mismo comienzo violento en sus sesiones.
-¿A qué te refieres con eso? Mi trabajo es ese, Alberto, ayudar. Pero no es sólo escuchar, es…
-Mire, doctora, ya se lo dije, eso no llevará a nada-
-¿Por qué lo dices? Eso no lo sabes- Alberto soltó una carcajada de burla.
-Si alguien sabe, soy yo. Es MI carga-
-Pero no deberías cargarla tú solo, Alberto. Yo podría…-Alberto tiró el plato que tenía en la mano al suelo. Amanda dio un brinco del susto y casi deja caer el que ella tenía en sus manos.
-¡DIJE QUE NO!- La cara de Alberto se tornó roja y las venas en su cuello estaban todas marcadas. Lo que no concordaba eran sus ojos levemente húmedos. 
–Tú no tienes idea de lo que necesito. Lo que necesito es olvidar mi vida entera. Olvidar que cuando tenía catorce años me di cuenta que era diferente, que me sentía atraído por un muchacho que poco le importó caerme a coñazos cada vez que le parecía para no decírselo a mis padres, olvidar que a los diecisiete se lo dije a mis papás y desde ese momento ya no fui su hijo, que al año siguiente ya ellos no podían seguir viviendo con la vergüenza así que me echaron de su casa, olvidar que la otra vez que me gustó alguien tuve más suerte, hasta que ese alguien tomó la costumbre de golpearme salvajemente después de cada cogida para recordarse que él era todo un macho, olvidarme de que cuando estuve al borde de la muerte alguien me rescató y me dio no sólo una segunda oportunidad de vivir sino un techo, alimento, ropa, cuidado y hasta un perro, el problema es que su mamá odia a los maricos como yo y viven peleando al respecto, y eso me mata porque no quiero que mi pago a él por lo que hizo por mi sea que se separé de su mamá. Ningún ser humano debería sentirse rechazado por la persona que lo parió, no se lo deseo ni a mi peor enemigo. Así que aquí estoy, en un día a día de culpas y remordimientos porque no sé que hice para merecer tanta bondad de alguien y no sé como coño pagárselo. No necesito ayuda, doctora, porque ya se cuales son todos y cada uno de mis problemas. Y si quiere ayudarme, ya sabe cómo, hágamelos olvidar todos. En cuanto a las cortadas, no es un problema de profunda perturbación mental, era mi manera de lidiar con el inmenso dolor que siento que me partirá en dos cada día de mi vida. No lo he hecho más porque se lo prometí a Darío pero créame que a cada minuto que pasa me muero pro hacerlo porque llorar no lo alivia y contarle esto a Darío hará que quería hacer más cosas por mí. Entienda de una maldita vez que no quiero ayuda psiquiátrica o psicológica- Luego de un profundo silencio entre ambos, los ojos de Amanda comenzaron a soltar lágrimas.
-¡Llegamos!- Gritó Darío desde la entrada y su acompañante ladró dos veces para apoyarlo. Amanda dejó la cocina y se encerró en el baño donde lloró lo suficiente para poder controlarse y salir para dar la excusa que debía hacer unas diligencias y tenía que irse antes de lo planeado. Amanda le dio una sonrisa a Alberto luego de ver la preocupación en su cara desaparecer, seguramente por el temor de que ella le fuese a decir a Darío de su ataque de sinceridad. Y ese gesto de solidaridad fue el primer paso para la confianza de Alberto e ir a verla una vez a la semana a su consulta.

Amanda estaba observando a Darío comer inquieto, señal de que tenía una pregunta que no quería hacer.
-¿De verdad me vas a hacer que te pida que preguntes eso que tienes en mente?- Darío sonrió como un niño que fue atrapado en medio de una travesura.
-Me asusta que hagas esas cosas-
-Mentira. Son demasiados años para que no te hayas acostumbrado- Ambos rieron.
-Necesito que me digas si hay algún avance con Alberto. Yo no…
-Sabes que no puedo hablar de eso, Darío. Es mi paciente y…
-Sí, yo sé, hay un código y todo eso, pero Amanda, ya no sé qué hacer con mi mamá. Lo único que hace es agarrarla contra Alberto e insultarlo y lo normal sería que él le replicara, teniendo en cuenta el carácter que sé que tiene, pero no, sólo se queda callado y la deja que siga, y todo termina conmigo discutiendo con ella. Nunca me había llevado tan mal con mi mamá pero no puedo dejar que siga tratando tan mal a Alberto. Le he dicho que ahora es parte de mi vida pero sencillamente no lo acepta. La cosa es que no sé cómo eso está afectando a Alberto, por eso te pido que por favor, me digas algo al respecto- Amanda meditó por unos segundos antes de hablar. -No puedes dejar que eso continúe, Darío. Un ambiente así es dañino, independientemente de lo que yo te diga o de lo que pienses. Nada bueno sale de estar siempre discutiendo. Entiendo tu preocupación y lo perturbado que estás por la situación pero como dije, no puedo decir nada de mis sesiones con Alberto. Lo estás haciendo de maravillas, con el perro, con la rutina, con la inclusión y con la constante conversación y cuidados y no está bien que te pida más pero debes ponerle un parao a eso- Darío asintió.
-Iba a hacerlo de todas maneras- Amanda rio y tomó un sorbo de vino. Dejando la psiquiatra atrás, Amanda se centró en su amigo.
-¿Alguien te ha preguntando como llevas el cambio?- Darío suspiro y le sonrió a su amiga.
-De hecho, esperaba que fueses tú la que lo hiciera, pero ahora todo es Alberto. Cuando hay santos nuevos…- Amanda soltó una carcajada, le tomó la mano y le dio un beso.
-Entonces ¿Cómo te sientes con toda esta locura que decidiste dejar entrar en tu vida?-
-¿Honestamente? No me puedo sentir mejor. Es decir, es agotador y siento que mi corazón pierde cinco años de vida con cada preocupación pero aún así no me he arrepentido la primera vez. Ayudar a Alberto es lo que sentía que era apropiado y hasta ahora he tenido razón-
-¿Hasta con el perro?- Esta vez fue Darío quien soltó una carcajada.
-¿Puedes imaginártelo? Yo con perro-
-Lo sé, una de las cosas que estaba segura acerca de ti era que no eras de tener perros. Ahora tienes un monstruo de tamaño casi humano del que aun siento miedo que me coma-
-Bueno, me ayudó a encontrar a Alberto en ese parque y a que no se fuera de casa a mis espaldas, herido. Lo mínimo que podía hacer era darle un hogar a él también- Y en ese momento a Amanda le vino la respuesta del misterio a la cabeza.
-¿Sabes Darío? Eres un excelente padre- El doctor se rio pero se calló cuando sintió el fuerte palpitar en su pecho.