Darío llegó al hospital con una caja cargada de envases con café. A medida que iba recorriendo los pasillos los iba entregando a enfermeras y doctores, la mayoría de ellos había pasado toda la noche allí de guardia. Él también pero en la clínica al otro lado de la ciudad.

-Tú deberías estar en tu casa, durmiendo. Ya sacaste a la peste de ahí- Darío rio y le entregó el último café en la caja a Dorotea. –Creí que tú no tomabas café- Dorotea señaló a otro envase en la caja-

-No, no es para mí. Es un batido de frutas y proteínas para Alberto, como no puede comer nada solido aún pensé que…- Dorotea tomó a Darío del brazo y lo metió en una habitación vacía. –Dorotea ¿Qué pasa? ¿Por qué…

-Ok. Voy a hacer una pregunta y me la vas a responder Darío Alejandro- Darío se quedó callado. Con la expresión que tenía en la cara Dorotea, era lo más inteligente que podía hacer. –Tú y ese niño ¿están…teniendo algo? Porque el hecho de que Ana María te haya engañado no quiere decir que tienes que renunciar a las mujeres- Darío se quedó parado, viendo a Dorotea sin saber si reír o esconderse en una esquina de la pena. Ahora que lo pensaba, sus gestos para con Alberto si daban qué pensar.

-Por dios- susurró y entonces Dorotea dejo salir una bocanada de aire con alivio.

-¿Qué es lo que tienes con ese niño entonces? Es sólo un paciente más, Darío. Y ya no tienes nada que ver con él. Alfredo puede darle de alta. De hecho, es quien debe darle de alta porque fue quien lo operó- Darío negó con la cabeza.

-No es eso, Dorotea- Darío dejó la caja con el batido en la mesa y se sentó en la cama. Suspiró antes de volver a hablar –Ayer fui a la casa de los padres de Alberto. Hacen como si no existiera, Dorotea. Lo que nos dijo el tipo ese que golpeó a Alberto resulto ser verdad. Son horribles personas, lo más irónico es que son parte de una iglesia. Dos años sin verlo y no les afecta en lo más mínimo. Ese niño no tiene a nadie que vele por él, desde los dieciséis años ha estado sólo y dios sabe cuanto tiempo estuvo a merced del animal ese. Además, tú y yo hemos visto estas cosas antes, en lo que él salga de aquí ira a retirar la denuncia y volverá con ese tipo- Dorotea suspiró y se sentó a su lado.

-Me parece muy noble que quieras resolverle la vida, Darío, pero no puedes andar de madre Teresa con cuanto niño ha tenido una mala vida. Hiciste todo lo que debías con él, no le debes nada, no tienes por qué andar trayéndole batidos de frutas y proteínas, y mucho menos ofrecerle que se quede en tu casa- Darío sonrió y asintió. Tomó la mano de Dorotea y se levantó de la cama.

-Tienes razón. He hecho todo lo que debía, no todo lo que podía. Lo siento, Dorotea, pero voy a ayudarlo. No voy a ser otro más que le de la espalda- Dorotea dejó salir aire sonoramente como señal de derrota. 

-Bien. Pero prométeme que no te meterás a marico- 

-Dorotea- la reprendió Darío, el primer encontronazo que habían tenido ella y Alberto fue por el uso de esa palabra. 

-Gay, homosexual, como sea. El punto es que no te viste tan bien como para ser uno- Ambos se rieron y salieron del cuarto. Dejó a Dorotea en la estación de enfermeras y siguió su camino a la habitación de Alberto. Cuando lo vio entrar iba a gritarle de nuevo. 

-¡Se te van a salir de nuevo los puntos! Escucha antes de gritar que me quieres fuera- Alberto cerró la boca y se le quedó viendo con la misma expresión del día anterior, pero esta vez sin sangre en los vendajes. –Sólo te traje algo para que tomes ya que no puedes comer solidos hasta que sanes- Le tendió el vaso con la merengada. Alberto la agarró de mala manera y comenzó a tomársela. Darío aprovechó el momento. –Mira Alberto, de verdad quiero ayudarte. Eso no es motivo de vergüenza o rabia. No quiero que estés en la calle cuando salgas de aquí o que vayas a retirar la denuncia contra Ricardo y vuelvas con él sólo para que estés de nuevo en esta cama con peores heridas o, peor, muerto- Darío tenía la mano lista para taparle la boca en caso de que volviera a alterarse hasta el punto de perder sus puntos. Entonces Alfredo lo vetaría definitivamente del cuarto de su paciente. Alberto no dijo nada. Darío abusó de su suerte un poco 
–No quiero que te hagan más daño, Alberto. Pero tienes que ayudarme, y a ti también- Darío le volvió a ofrecer la copia de la llave de su casa. Alberto terminó con la merengada y se aferró al vaso por unos segundos, luego lo intercambio por la llave en la palma abierta de Darío. El doctor trató de no sonreír tan evidentemente y decidió que era suficiente por el día. Salió del cuarto sin decir más nada. 

Ya podía ir a dormir tranquilo a casa.



Darío se subió al carro con una sonrisa en la cara. Acababa de cambiar todas las cerraduras en su casa, cuando Ana María regresara no iba a poder entrar y todas sus cosas las encontraría en el porche. Si no se quería ir por las buenas entonces tendría que ser por las malas. Darío no tenía planeado recurrir a eso pero luego de Ana María se presentara en su trabajo haciendo una escena delante de todo el mundo…eso fue demasiado. Su celular vibró por el mensaje de texto entrante.

Está entrando a quirófano 

Darío suspiró tranquilo y echó a andar el carro. Luego de lo ocurrido con el fulano novio de Alberto, Darío trató de convencerlo para que lo denunciara. Si bien no por violencia domestica, al menos por intento de asesinato. El estado en que fue llevado al hospital era suficiente prueba. Sin embargo, Alberto se rehusaba, y como la mayoría de las cosas que decidía, se rehusaba a dar sus razones. Así que Darío le ofreció un trato: Alberto denunciaba a Ricardo ante la policía y Darío se haría cargo de sus gastos médicos para por fin darle de alta. Darío lo pensó pero terminó aceptando. Con eso eran dos problemas menos en su cabeza, ahora faltaba otro. 
Debido a los datos que se necesitaban para operar a Alberto, Darío pudo saber más de él e investigarlo. Darío había encontrado la dirección de la casa de los padres de Alberto e iba para allá. A Darío le habían incomodado mucho lo que Ricardo había dicho de los padres de Alberto, y él no podía dejar de preguntarse si era porque su hijo era gay. Lo cual le parecía demasiado absurdo, aun cuando Alberto era la primera persona homosexual que había conocido. 

La familia de Alberto vivía en un pequeño pueblo a menos de una hora de la ciudad, era de esos pueblos en los que no ocurría nada y todo el mundo se conocía. Darío dio varias vueltas antes de llegar a la dirección que había conseguido. La casa era pequeña, de color blanco en puertas y ventanas que emanaba ese calor de hogar. Para Darío ahora era más confuso por qué los padres que ahí vivían no querrían algo que ver con su hijo. Tocó un par de veces a la puerta y esperó. Un niño abrió la puerta, tendría catorce o quince años y Darío vio en él una versión más joven de Alberto. Estaba en el lugar correcto. 

-¿Sí?- 

-Hola. Mi nombre es Darío Alcántara ¿Esta es la casa de la familia Díaz?- El niño asintió. 

-David ¿Quién es?- El pequeño dio paso a una mujer de cabello negro y un tan desordenado como se esperaría de una ama de casa. 

-¿Sí? Dígame- 

-Soy el doctor Darío Alcántara. ¿Es usted la madre de Alberto Díaz?- los ojos de la mujer se abrieron en reacción al nombre pero la reacción desapareció a los segundos. 

-Por favor, váyase- La mujer trató de cerrar la puerta pero Darío puso el pie. 

-Señora, su hijo fue golpeado, quedó muy grave. En este momento lo están operando para reparar sus costillas y su cara- Darío quitó el pie y de inmediato la puerta le fue cerrada en la cara. Darío tocó varias veces pero nadie atendió. Pensaba en Alberto, en una mesa de operaciones sin nadie que lo recibiera al despertar y eso hizo que tocara con más fuerza. 

-No abrirá- escuchó decir a alguien cercano. Darío buscó y lo encontró cerca del lateral de la casa. Era el mismo niño que le había abierto la puerta. –Ellos no quieren saber nada de Alberto. Según ellos, su pecado es demasiado grande para la familia- El niño hablaba despacio, con voz muy calmada pero sus ojos destellaban resentimiento. Darío se acercó. 

-¿Qué pecado?- Lo mejor era que se hiciera el desentendido. Quizás así podría saber un poco más de Alberto. 

-Decirles lo que era…lo que le gustaba…quien le gustaba. Aunque creo que el verdadero pecado es que otros miembros de la iglesia lo hayan escuchado y desde entonces los relacionen con el único gay que ha dado este pueblo- Darío no podía imaginar esa escena en su cabeza. Era demasiado absurda. 

-Tú eres hermano de Alberto ¿Cierto?- El niño asintió. 

 -Él es mi hermano mayor- El niño sonrió luego de decirlo. 

-¿Lo quieres mucho, David?- Volvió a asentir. 

-Soy el único que aun lo hace aquí. Mis padres o bien se enfurecen o lloran cuando alguien nombra a Alberto, mi otro hermano mayor sólo se enfurece y a veces desea que Alberto esté muerto- 

-¿Y tú por qué no te enfureces con él?- 

-Porque a mi no me importan esas cosas, que sea gay y eso. Él es mi hermano, el mejor hermano del mundo. A veces, cuando no quería comer algo que mi mamá nos había preparado, él se encargaba de dárselo al perro o cuando me metía en problemas en la escuela, él lo solucionaba e inventaba excusas para mí. También, cuando estaba más pequeño, él era quien me metía a la cama y me contaba cuentos hasta que me dormía cuando mi mamá estaba muy ocupada planeando las labores que haría en la iglesia. Él es mi hermano, y yo lo extraño mucho- A Darío se le hizo un nudo en la garganta con ese pequeño expresando lo mucho que extrañaba a su hermano y por qué. 

-Sí, eso suena como el mejor hermano del mundo- 

-¿Él está bien? Quiero decir, a pesar de los golpes y las operaciones ¿Está bien?- Darío asintió. 

-Él ahora está siendo atendido por muy buenos doctores y estará muy bien. Yo también soy doctor donde él está hospitalizado. Si quieres te puedo llevar con él- El niño negó con la cabeza. 

-Ya ha causado muchos problemas aquí, doctor. Más tarde, cuando mi papá y hermano lleguen. Váyase y no regrese. Nunca- A Darío le sorprendió la seriedad con que lo dijo, no parecía para nada un niño. 

-Pero ¿No quieres verlo? ¿Saber cómo está?- El niño le sonrió 

-Ya me dijo que está bien, doctor. Y verlo…la última vez que lo hice fue hace dos años, me acostumbré ya a la idea de que nunca más lo veré. Pero dígale que Peter Pan sigue esperándolo para viajar- Darío lo miró extrañado. 

-Él entenderá, doctor. Chao- el niño se dio la vuelta y dejó a Darío. El doctor se regresó al carro y emprendió el viaje de ida. Durante todo el camino tuvo una invasión de sentimientos mixtos. Desde asco por los padres de Alberto hasta compasión por su pequeño hermano atrapado en un mundo de odio. 
 Luego de hacer una rápida parada, Darío llegó al hospital. Habló con quienes operaron a Alberto para informarse y luego fue a la habitación donde lo tenían. Creyó que estaba dormido hasta que Alberto le hizo un saludo con la mano. Darío le sonrió y entró. 

-¿Cómo te sientes?-Alberto, que tenía varias vendas en su cara, le alzó una ceja. 

-¿Cómo crees que me siento?- Darío rio. 

-Oye, he estado pensando en lo que harás luego de que salgas de aquí y me di cuenta que como no tienes donde quedarte, pensé que quizás te gustaría vivir en mi casa. Mientras consigues algo y eso ¿Qué dices?- Darío se sacó del bolsillo el llavero con las copias de sus llaves de la casa y se lo enseñó a Alberto que sólo lo miraba fijamente sin decir algo. 
De pronto la mirada se endureció y su cabeza comenzó a temblar un poco. Las vendas se le tiñeron rápidamente de rojo. 

-¡Mierda! ¡DOROTEA!-



-¡Ya, mamá! No discutiré más contigo. No voy a ser el güevón de nadie. No me voy a casar con Ana María, ni quiero saber más de ella. Chao- Darío trancó antes de que su madre replicara algo. No lo dejaría en paz, sabía eso pero por el momento tendría paz. Aunque su madre le había confirmado que Ana María seguía en su casa. Tenía que reunir mucha paciencia para sacarla. Eso o dejar que Dorotea fuese a sacarla a patadas como se lo había ofrecido. 

-¡FUERA DE AQUÍ, FUERA, NO LA QUIERO AQUÍ!- Darío salió corriendo y se topó con la psicólogo que salía asustada del cuarto de Alberto. Era la tercera vez en la semana. 

-Me rindo con él, Darío. No puedo ayudar a alguien que no quiere ayuda- Darío respiró profundo antes de entrar a la habitación. 

-¿De nuevo? Es la tercera vez, Alberto. Vas a hacer que esa mujer renuncie- Alberto le hizo un gesto de desprecio. 

-No necesito ayuda- -Eso no fue lo que dijiste- Alberto resopló 

-¿Me fastidian por algo que dije bajo anestesia? ¡Qué doctores!- Darío río y se sentó en el mueble del cuarto. –y ¿Qué haces tú aquí? Tú no eres psicólogo y ya me hiciste lo que me ibas a hacer. Deberías darme de alta, salir de ese hotel e ir a botar a la infiel de tu novia, esposa o lo que sea- Alberto ya casi llevaba dos semanas en el hospital. Se negaba a decir algo acerca de él, ni sus datos o lo de sus cicatrices, que también tenía en piernas y muslos. Darío le contó acerca de él y Ana María en un intento de conseguir algo de reciprocidad pero no funcionó. 

 -De hecho, no he terminado contigo. Tengo que poner esas costillas en su lugar, pronto. Además te tienen que ver los pómulos. Y para eso… 

-Necesitan que les diga quién soy para que sepan a donde enviar la factura médica- 

-Eso no es verdad- 

-Es la única explicación- 

-Nos preocupamos por ti. Esa también es una explicación- Alberto se burló. 

-Déjame en paz, doctor. Déjame ir. No te voy a de decir nada y puedes darle tu tiempo a otra persona- 

-¿Por qué no me dirás nada?- 

-¡PORQUE NO! ¡SI NO ME DEJARAS IR ENTONCES SALTE! ¡SAL! ¡FUERA!- Dorotea entro con otra enfermera. 

-¿Todo bien aquí?- 

-Sí, Dorotea. Nada de que preocuparse- Dorotea no se lo tragó y le dio una mirada de enojo a Alberto. Él ya estaba llegando al nivel de Ana María en su escala de desagrado. 

-Bueno, te necesito aquí afuera. La guardiana de este encanto está aquí con alguien que dice conocerlo- 

-¡¿Qué?! ¿Quién es?- Darío de pronto se puso incomodo –No quiero ver a nadie- Darío trató de ver por la ventana pero no había nada en su rango de visión. 

-No te preocupes. Iré a ver quien es- Darío esperaba ver a una pareja de preocupados padres junto a Natalia, agradeciéndole a ella y a él haberle salvado la vida a su hijo. En vez de eso estaba un tipo con el más descuidado aspecto que Darío hubiese visto. No le agradó. Ni su aspecto ni su semblante de superioridad. Era joven, eso sí. No más de veinticinco años. 

-¡Doctor! Este muchacho dice conocer a Alberto- 

-¿De qué?- Fue lo que primero salió de la boca de Darío, y con muy mala entonación. De verdad no le agradaba ese muchacho. Dorotea le dio una mala mirada por la forma en que le había hablado y el tipo lo miraba como si fuese una comiquita viviente. 

-Soy su novio ¿Está bien? ¿Me lo puedo llevar?- Darío interrumpió a Dorotea, que seguramente respondería por favor. La parte de novio lo tomó por sorpresa pero no fue por eso que respondió como lo hizo. 

-La verdad, estábamos esperando algún familiar. Mamá, papá, hermanos ¿Sabe de alguno?- 

-¿Para qué? Él tiene dieciocho años, ya es mayor de edad ¿Para qué quieren traer a esa gente?- el muchacho le dio una mirada desafiante a Darío. Él la respondió. 

-Son las normas. Familiares directos- 

-Ya le dije que soy su novio ¿O es que no entendió? ¿Es un maldito homofóbico? ¿Es eso?- Dorotea iba a decir otra cosa pero Darío volvió a interceptarla. Natalia había pasado a ser una espectadora muda. 

-Como dije, son las normas- 

-Pues para que se enteren. Esa gente echó a Alberto de su casa y él ha estado viviendo conmigo desde entonces. No lo quieren. ¿Puedo llevármelo ya?- 

-Creo que no me ha entendido, señor… 

-No es su problema- 

-¿Ricardo?- Darío contuvo la respuesta no muy amable que iba a lanzar. Alberto estaba parado, sosteniéndose de la pared y con mucho miedo en su mirada mientras miraba a su fulano novio. 

-¡Epale, bebé! Estás bien ¿no? Vámonos- Darío no sintió una pizca de preocupación o algo parecido en la voz del tal Ricardo. Para él sólo estaba ladrando órdenes. Lo del miedo en la voz de Alberto se lo confirmó la manera en que trató de alejarse cuando el tal Ricardo se acercó a él. 

-De hecho…- Darío se puso en medio de Ricardo y Alberto –Él tiene que quedarse. Hay que arreglar sus costillas y algunos huesos faciales- 

-Yo lo veo bien-Darío volvió a sentir la ira contra Ana María pero esta vez iba dirigida al tipo que tenía frente a él. Si no era por su excesiva ética de trabajo ya lo hubiese sacado a golpes de ahí. Eso le dio una idea que hacía caer las piezas del rompecabezas en su sitio. 

-No, no lo está. Sus heridas son bastante graves ¿Tiene usted idea de qué le pasó? Él no dice nada y usted viene con la dueña de la casa en la que lo dejaron tirado. Alguna idea debe tener- Eso claramente incomodó al tipejo. 

-¡¿Qué está tratando de decir?!- 

 -No trato de decir nada. Sólo hice una pregunta ¿Sabe qué le ocurrió a Alberto? Después de todo es su novio ¿no?- Darío escuchó a Alberto aguantar la respiración tras él. 

-Esto es ridículo. Alberto vámonos- Ricardo ignoró a Darío y le extendió la mano a Alberto. Alberto miraba desde la mano de Ricardo hasta Darío, pasando por Dorotea, Natalia y uno que otro transeúnte que se había detenido a verlos debido a los gritos de Ricardo. 

-Ya le dije, señor. Él debe quedarse aquí, debe ser atendido- 

-¡¿Y quién pagará por eso?! Porque yo no voy a ser. Alberto, deja la pendejada y vente ¡YA!-Ricardo trató de hacer un acercamiento agresivo pero Darío le puso una mano en el pecho para frenarlo. 

-Voy a tener que pedirle que se vaya. Dorotea, llama a seguridad y que saquen a este tipo. No tiene permitido acercarse a Alberto- Dorotea asintió y tomó el teléfono de la estación de enfermeras. Ricardo la siguió y le quito el teléfono de las manos. Eso termino de acabar con la paciencia de Darío. Le aplicó una llave y él mismo lo llevó a la puerta. Lo lanzó hacia afuera y cuando Ricardo fue por él los guardias de seguridad lo impidieron. Ricardo gritaba amenazas a todo pulmón mientras era llevado. Cuando regresó había varias enfermeras alrededor de Dorotea y Natalia estaba con Alberto, ayudándolo a regresar a su habitación. Darío fue tras su paciente y junto a Natalia lo pusieron de nuevo en la cama. 

-No debiste abusar así. Tienes costillas rotas- Alberto no dijo nada, sólo se le quedo mirando. Darío se tomó su tiempo para preguntar. 
-Alberto, tengo que preguntártelo. ¿Fue él quien te hizo esto?- Alberto sólo pudo aguantarle la mirada por unos segundos más. Aunque la había bajado demasiado tarde. Darío ya había visto sus ojos humedecerse. Verlo con la cabeza cabizbaja de esa manera, con el fiero carácter que había demostrado los últimos días le removió algo dentro de él. Se acercó a Alberto y puso la mano en su hombro. 

Su toque fue recibido.


Darío pisó otra vez el acelerador del carro. El motor rugió manifestando como se sentía el doctor por dentro, las gotas de lluvia golpeaban el vidrio delantero con tal fuerza que parecía que lo atravesarían. Esa era la única manera que tenía de drenar la ira que llevaba dentro, la rabia de llegar a su casa y ver a tu prometida en la cama con otro tipo. Darío nunca había sido una persona violenta pero en ese momento se preguntaba cómo había salido de su apartamento sin las manos llenas de sangre y sólo una advertencia para la perra traidora: “Más vale que saques toda tu mierda para cuando vuelva”, eso y una puerta azotada, a eso se reducía cinco años de noviazgo y uno de compromiso. El celular repicó de nuevo en su bolsillo, Darío paró a un lado de la carretera y se lo sacó del bolsillo, volvió a arrancar, bajó el vidrio de su puerta y lanzó el teléfono. Era su día libre así que no era de la clínica o del hospital, a su papá no le gustaban esos “peroles” y sus amigos sabían que no respondería si llamaban a esa hora. Bien era la traidora de Ana María o la encubridora de su mamá. A veces sentía que Ana María era más hija de su mamá que él por la forma en que ella protegía, encubría y excusaba a su ex prometida de todo. Ella era quien los había presentado y había hecho todo lo posible por metérsela por los ojos además que casi muere de la alegría cuando le dijeron que se habían comprometido. Seguro el argumento de su mamá sería que había sido su culpa por alargar tanto el casamiento y que era su obligación como hombre cumplir su palabra y casarse con Ana María. Darío primero se lanzaba a un barranco con todo y carro. Estuvo corriendo por media hora más antes de darse vuelta y regresar a la ciudad. De nada serviría manejar hasta que se acabara la gasolina. Mejor ir al hospital, allí por lo menos se metería en su trabajo y drenaría de una manera productiva. 

 -Una cachetada y arrancarle esas horribles extensiones. Era todo lo que te pedía. Apuesto que te arrepientes de no habérmelo concedido- Darío soltó una carcajada ante el comentario. Estaba en el cuarto de descanso con Dorotea, una de las enfermeras, gran amiga y la única que había expresado su desagrado por Ana María, al menos en voz alta. Sus amigos tampoco habían sido fanáticos de su compromiso matrimonial. Dorotea le había dicho una vez que esa mujer le traería pesar, y él debió hacer caso a esa cabeza llena de cabellos grises. No había mucha actividad en el hospital así que no le quedó de otra que contarle lo que había ocurrido ya que ella había notado que algo andaba mal con sólo verlo atravesar la puerta mojado de pies a cabeza en su día de descanso. Dorotea era como una madre para él. 

-¡HOLA! ¡¿HAY ALGUIEN AQUÍ?! ¡QUE ALGUIEN ME AYUDE, POR FAVOR!- Darío y Dorotea salieron corriendo del cuarto. Una señora llevaba a alguien inconsciente. 

-Ayúdenme, por favor. Está muy golpeado y no sé si está respirando- Darío se apresuró a tomar al inconsciente y Dorotea junto con otras enfermeras que llegaron lo ayudaron a ponerlo en una camilla. La cara estaba bastante golpeada, por decir lo mínimo. Había sangre por todos lados, aporreos hasta donde alcanzaba la vista, labios rotos, pómulos hundidos, uno que otro diente astillado. Por lo menos respiraba., Aunque muy lento, el movimiento de su pecho era casi imperceptible. Darío termino de arrancarle la camisa y busco señales de costillas rotas. Una de las enfermeras contuvo un grito. 

 -Miren- dijo. Y alzó el brazo del muchacho. Desde la muñeca hasta un poco más arriba del antebrazo había delgadas cicatrices, como de cortadas. Darío tomó el otro brazo y era lo mismo, cicatrices por todos lados.  

-Coño- susurró. Decenas de escenarios pasaban por su cabeza. Uno menos agradable que el anterior. –Enfoquémonos. Tenemos trabajo que hacer aquí- 

Les tomó un par de horas encargarse de todas las heridas. Necesitaría operación para reponer los pómulos y para las costillas. Ninguna iba a perforarlo internamente por lo que podían esperar para ponerlas en su sitio. Mientras las enfermeras terminaban de acomodarlo, Darío fue a hablar con la mujer que lo había llevado. Estaba en la sala de espera con un café en las manos. 

-¿Cómo está, Doctor?- Se levantó de la silla y dejó el café en la mesa. 

 -Está muy malherido pero estable y ahora descansa. ¿Es usted familiar?- La mujer negó. 

-No. Yo vivo a unas cuadras de aquí. Estaba dormida cuando unos golpes en mi puerta me despertaron. Tenía miedo de abrir pero entonces escuche el llamado por ayuda y era él. Estaba arrastrándose y sangrando, y yo no sabía que hacer, y entonces se desmayó en mis brazos y yo… - La mujer arrancó a llorar y Darío desecho la frialdad médica y la abrazó. 

 -Sepa usted que le salvó la vida a ese muchacho- le susurró al oído. 

-Me alegro- fue lo que pudo responder la mujer a pesar de las lágrimas. Darío se quedó con ella hasta que amaneció. La persuadió de que se fuera a casa ya que probablemente el muchacho no despertaría pronto. Le tomó los datos y le prometió que si lo hacía antes de que ella regresara de su casa él la llamaría. 

-Tú también deberías irte a tu casa- Dijo Dorotea. Darío negó con la cabeza. 

-No. Seguramente Ana María está allá esperándome para “explicarme” todo y la verdad no quiero caer en eso ahorita. Prefiero esperar que él despierte- Dorotea y él vieron hacia la habitación del desconocido. 

-¿Qué crees que sean esas cicatrices, Darío?- él iba a apuntar una posibilidad pero negó con la cabeza. –Pobre niño. No debe tener ni veinte años- Darío suspiró y fue a servirse otra taza de café. ¿Qué clase de bestia le haría algo así a tan joven criatura? Estaba asqueado y molesto al mismo tiempo. 
Cuando regresó al recibidor, su nombre era llamado por los altavoces a la habitación del joven muchacho. Darío salió corriendo y hasta derramó su café. En lo que llegó a la habitación, Dorotea y otro doctor estaban alrededor del muchacho que se veía bastante alterado. 

-Estás en el hospital. Tuviste un accidente y quedaste muy malherido- decía Dorotea. Los ojos apenas se le notaban abiertos debido a lo hinchado de su cara y su respiración y pulso cardiaco comenzaron a aumentar. –Cálmate, hijo. Estás en buenas manos. ¿Puedes decirme tu nombre?- El muchacho no se calmó y comenzó a mirar frenéticamente a todos lados. Una enfermera inyecto un calmante a su vía y poco a poco se fue tranquilizando y debilitando. Antes de que durmiera, el muchacho dijo algo lo suficientemente fuerte como para que, al menos, Darío escuchara. 

-Mi nombre es Alberto. Por favor, ayúdenme-