Mi amiga, la extraña


Darío pisó otra vez el acelerador del carro. El motor rugió manifestando como se sentía el doctor por dentro, las gotas de lluvia golpeaban el vidrio delantero con tal fuerza que parecía que lo atravesarían. Esa era la única manera que tenía de drenar la ira que llevaba dentro, la rabia de llegar a su casa y ver a tu prometida en la cama con otro tipo. Darío nunca había sido una persona violenta pero en ese momento se preguntaba cómo había salido de su apartamento sin las manos llenas de sangre y sólo una advertencia para la perra traidora: “Más vale que saques toda tu mierda para cuando vuelva”, eso y una puerta azotada, a eso se reducía cinco años de noviazgo y uno de compromiso. El celular repicó de nuevo en su bolsillo, Darío paró a un lado de la carretera y se lo sacó del bolsillo, volvió a arrancar, bajó el vidrio de su puerta y lanzó el teléfono. Era su día libre así que no era de la clínica o del hospital, a su papá no le gustaban esos “peroles” y sus amigos sabían que no respondería si llamaban a esa hora. Bien era la traidora de Ana María o la encubridora de su mamá. A veces sentía que Ana María era más hija de su mamá que él por la forma en que ella protegía, encubría y excusaba a su ex prometida de todo. Ella era quien los había presentado y había hecho todo lo posible por metérsela por los ojos además que casi muere de la alegría cuando le dijeron que se habían comprometido. Seguro el argumento de su mamá sería que había sido su culpa por alargar tanto el casamiento y que era su obligación como hombre cumplir su palabra y casarse con Ana María. Darío primero se lanzaba a un barranco con todo y carro. Estuvo corriendo por media hora más antes de darse vuelta y regresar a la ciudad. De nada serviría manejar hasta que se acabara la gasolina. Mejor ir al hospital, allí por lo menos se metería en su trabajo y drenaría de una manera productiva. 

 -Una cachetada y arrancarle esas horribles extensiones. Era todo lo que te pedía. Apuesto que te arrepientes de no habérmelo concedido- Darío soltó una carcajada ante el comentario. Estaba en el cuarto de descanso con Dorotea, una de las enfermeras, gran amiga y la única que había expresado su desagrado por Ana María, al menos en voz alta. Sus amigos tampoco habían sido fanáticos de su compromiso matrimonial. Dorotea le había dicho una vez que esa mujer le traería pesar, y él debió hacer caso a esa cabeza llena de cabellos grises. No había mucha actividad en el hospital así que no le quedó de otra que contarle lo que había ocurrido ya que ella había notado que algo andaba mal con sólo verlo atravesar la puerta mojado de pies a cabeza en su día de descanso. Dorotea era como una madre para él. 

-¡HOLA! ¡¿HAY ALGUIEN AQUÍ?! ¡QUE ALGUIEN ME AYUDE, POR FAVOR!- Darío y Dorotea salieron corriendo del cuarto. Una señora llevaba a alguien inconsciente. 

-Ayúdenme, por favor. Está muy golpeado y no sé si está respirando- Darío se apresuró a tomar al inconsciente y Dorotea junto con otras enfermeras que llegaron lo ayudaron a ponerlo en una camilla. La cara estaba bastante golpeada, por decir lo mínimo. Había sangre por todos lados, aporreos hasta donde alcanzaba la vista, labios rotos, pómulos hundidos, uno que otro diente astillado. Por lo menos respiraba., Aunque muy lento, el movimiento de su pecho era casi imperceptible. Darío termino de arrancarle la camisa y busco señales de costillas rotas. Una de las enfermeras contuvo un grito. 

 -Miren- dijo. Y alzó el brazo del muchacho. Desde la muñeca hasta un poco más arriba del antebrazo había delgadas cicatrices, como de cortadas. Darío tomó el otro brazo y era lo mismo, cicatrices por todos lados.  

-Coño- susurró. Decenas de escenarios pasaban por su cabeza. Uno menos agradable que el anterior. –Enfoquémonos. Tenemos trabajo que hacer aquí- 

Les tomó un par de horas encargarse de todas las heridas. Necesitaría operación para reponer los pómulos y para las costillas. Ninguna iba a perforarlo internamente por lo que podían esperar para ponerlas en su sitio. Mientras las enfermeras terminaban de acomodarlo, Darío fue a hablar con la mujer que lo había llevado. Estaba en la sala de espera con un café en las manos. 

-¿Cómo está, Doctor?- Se levantó de la silla y dejó el café en la mesa. 

 -Está muy malherido pero estable y ahora descansa. ¿Es usted familiar?- La mujer negó. 

-No. Yo vivo a unas cuadras de aquí. Estaba dormida cuando unos golpes en mi puerta me despertaron. Tenía miedo de abrir pero entonces escuche el llamado por ayuda y era él. Estaba arrastrándose y sangrando, y yo no sabía que hacer, y entonces se desmayó en mis brazos y yo… - La mujer arrancó a llorar y Darío desecho la frialdad médica y la abrazó. 

 -Sepa usted que le salvó la vida a ese muchacho- le susurró al oído. 

-Me alegro- fue lo que pudo responder la mujer a pesar de las lágrimas. Darío se quedó con ella hasta que amaneció. La persuadió de que se fuera a casa ya que probablemente el muchacho no despertaría pronto. Le tomó los datos y le prometió que si lo hacía antes de que ella regresara de su casa él la llamaría. 

-Tú también deberías irte a tu casa- Dijo Dorotea. Darío negó con la cabeza. 

-No. Seguramente Ana María está allá esperándome para “explicarme” todo y la verdad no quiero caer en eso ahorita. Prefiero esperar que él despierte- Dorotea y él vieron hacia la habitación del desconocido. 

-¿Qué crees que sean esas cicatrices, Darío?- él iba a apuntar una posibilidad pero negó con la cabeza. –Pobre niño. No debe tener ni veinte años- Darío suspiró y fue a servirse otra taza de café. ¿Qué clase de bestia le haría algo así a tan joven criatura? Estaba asqueado y molesto al mismo tiempo. 
Cuando regresó al recibidor, su nombre era llamado por los altavoces a la habitación del joven muchacho. Darío salió corriendo y hasta derramó su café. En lo que llegó a la habitación, Dorotea y otro doctor estaban alrededor del muchacho que se veía bastante alterado. 

-Estás en el hospital. Tuviste un accidente y quedaste muy malherido- decía Dorotea. Los ojos apenas se le notaban abiertos debido a lo hinchado de su cara y su respiración y pulso cardiaco comenzaron a aumentar. –Cálmate, hijo. Estás en buenas manos. ¿Puedes decirme tu nombre?- El muchacho no se calmó y comenzó a mirar frenéticamente a todos lados. Una enfermera inyecto un calmante a su vía y poco a poco se fue tranquilizando y debilitando. Antes de que durmiera, el muchacho dijo algo lo suficientemente fuerte como para que, al menos, Darío escuchara. 

-Mi nombre es Alberto. Por favor, ayúdenme-

One Response so far.

  1. Anónimo says:

    mmm... sa me imagino lo q sigue
    quiero mas