Alberto estaba sentado debajo de un árbol, la luz del sol estaba muriendo y las ramas se movían lentamente al ritmo del viento de la noche que se acercaba. Lloraba en silencio, como siempre lo había hecho cuando se trataba del dolor que llevaba atrapado en su pecho y lo había estado acompañando desde tan temprana edad. La discusión entre el doctor y su madre era su culpa. Era lo que siempre hacía, encontraba algo bueno y lo volvía malo. Su familia, su relación con Ricardo y ahora el desacuerdo entre el doctor y su mamá. Él le había ofrecido un techo para vivir y ¿Cómo se lo pagaba? Creando discordia. Alberto había experimentado lo que era que tu propia madre te tratara como un extraño y no se lo deseaba a nadie, mucho menos a quien había sido tan amable con él sin pedir nada a cambio.

Darío salió de su casa luego de registrarla hasta la última esquina para asegurarse que Alberto no se escondía de él. No era psicólogo pero suponía que escuchar la discusión que tuvo con su mamá no habría sido agradable teniendo en cuenta su pasado. Se llevó una chaqueta puesta y otra para cuando encontrara a Alberto, por como soplaba el viento iba a ser una noche muy fría. Rezaba que Alberto no hubiese ido muy lejos, a pie era poco el terreno que podía cubrir él solo. Comenzaría por el parque y luego iría a la plaza.

Alberto trataba de ignorar a las pocas personas que se paseaban por aquí y por allá, las miradas que le lanzaba y el frio que comenzaba a deslizarse por su cuerpo. Buscaba en su cabeza algo que lo ayudara pero sólo podía escuchar a la mamá del doctor llamándolo marico, loco y enfermo. No era algo raro para él, su papá y hermano mayor lo llamaron cosas peores pero de alguna manera recordarlo fue peor que escucharlo por primera vez. Alberto miró a su alrededor y se encontró sólo. Tomó el paquete que tenía al lado de él y desenvolvió el cuchillo que había tomado de la cocina de Darío. Desde hace dos años no lo hacía pero era porque los constantes golpes que recibía de Ricardo actuaban de calmante a su dolor interno, ya no tenía nada de eso. Con mano temblorosa puso el cuchillo sobre su muñeca.

Darío jadeaba tratando de recuperar el aliento luego de recorrer el parque en busca de Alberto. Nadie reconocía la descripción que les daba cuando les preguntaba por él. Tomó algo de agua en uno de los dispensadores repartidos por el parque y arrancó a correr hacia la plaza. Cuando llegó estaba totalmente desierta. No había nadie allí excepto por los perros que ocasionalmente vagaban por ahí. Iba a correr hasta su casa para ir en auto a buscarlo cuando un perro en la distancia comenzó a ladrar intensamente. Probablemente no era Alberto. Pero ¿Y si lo era? Sólo le tomaría un momento ir a ver. El mismo momento que podría significar el bienestar de Alberto o que estuviese lastimado en la calle, sólo y con frio, pero tampoco podía dejar pasar de encontrarlo. Arrancó a correr hacia los ladridos. Era un perro grande, agazapado y ladrándole a un de tronco grueso. Darío estuvo a punto de lanzar una maldición al aire producto de la frustración pero escuchó a alguien quejarse de dolor y del otro lado del tronco alguien dejaba caer su brazo hacia un lado. Cuando Darío vio las cicatrices y las cortadas frescas y sangrantes que las acompañaban, sintió que el mundo completo chocaba contra sus hombros y se hacía pedazos. Conocía ese brazo. Rodeó el árbol. Lo primero que vio fue el enorme cuchillo de cocina, de su cocina, tirado, con la hoja llena de sangre, y luego a Alberto, recostado del tronco y con ambos brazos sangrantes. La sensación se hizo peor, pero antes de que colapsara a ella el doctor entró en escena.

Alberto no había notado la presencia de Darío hasta que lo envolvió en una chaqueta y lo cargó en sus brazos. La sorpresa de que Darío lo hubiese visto haciéndose daño lo dejo mudo, el doctor por su parte corría a la casa respirando pesado y maldiciéndose en voz baja. Darío abrió la puerta de una patada y dejó a Alberto en el mueble grande de la sala, fue corriendo al pequeño cuarto que había al lado de la cocina, ahí guardaba su material médico. Tomó gasas, alcohol, betadine, aguja e hilo en caso de que alguna de las cortadas fuese muy profunda. Por como tenía su franela seguramente alguna lo era. Cuando regresó a la sala, Alberto no estaba, había un rastro de sangre que llevaba hasta la puerta principal. Cuando Darío salió Alberto estaba inmovilizado a pocos pasos del umbral de entrada de la casa, el mismo perro que le había dado su ubicación en el parque estaba parado frente a Alberto, gruñéndole y mostrando sus colmillos. Darío se apuró y tomó a Alberto del cuello con más fuerza de la que quería.

-Ven acá ¿A dónde coño crees que vas?-

-No quiero ser molestia- respondió Alberto tratando de zafarse. Darío lo agarró por lo hombros y lo puso frente a él.

-¡No!- fue todo lo que pudo decir antes de que la voz se le quebrara. Ahí lo entendió, la repentina rabia y frustración que tenía. Era para él, no para Alberto. Él había fallado en cuidarlo, él estaba herido porque no cuido de él. No cometería ese error de nuevo. –Vas a venir a que te cure esas heridas- Sin esperar respuesta lo arrastro de nuevo a la casa y lo sentó en el mueble. Alberto se quedo quieto mientras Darío con cuidado limpiaba, ponía el betadine en sus heridas y las cubría con gasas. El hilo y la aguja no fueron necesarios, para el alivio de Alberto. Cuando Darío regresó de guardar el material médico, Alberto estaba de rodillas en el piso de la sala con un trapo limpiando las manchas de sangre.

-Deja eso- Darío se agachó para quitarle el trapo de la mano, Alberto se resistió un poco pero lo soltó al final. –No debes hacer fuerza con las manos, te…

-Perdón por lo que hice. No quería que te pelearas con tu mamá por mi culpa. Te prometo que mañana me voy- Darío se quedo sin habla. Alberto estaba con la cabeza baja y los hombros hacia adelante. Quizás tratando de darse alguna protección de algún golpe que jamás llegaría.

-Eso no fue tu culpa- Por primera vez, Darío trató un gesto de cariño con Alberto ¿Cuántos en su vida ese pobre niño había tenido? Tomó la barbilla de Alberto y lo hizo subir la cara. Las lagrimas que se acumulaban en sus ojos fueron como un puñetazo en el estomago.

-Perdóname tú a mí- Eso bastó para que Alberto derramara las lagrimas acumuladas y Darío lo encerrara en sus brazos en un protector abrazo.

 Darío se hizo una promesa. Nadie más volvería a lastimar a Alberto. Ni siquiera él mismo.

Me quiero disculpar con ustedes por dejarlos colgados en mitad de la historia de Alberto. Yo también tengo un drama propio llamado Universidad y con apellido Tesis. Les prometo que tan pronto como tenga un tiempito me dedico a darle rienda suelta a la verborrea de Alberto y que les termine de contar esta parte de su historia. Espero que hayan disfrutado de los capítulos que van hasta ahora. Tenganme un poco de paciencia.

Muchas gracias por leerme.


Los primeros días en casa de Darío fueron muy incómodos, las primeras semanas fueron mejorando, para mitad de mes ya él y Alberto tenían una rutina, aunque no mucho intercambio de palabras. El único inconveniente pasó estando Darío fuera de la casa. Ana María se apareció en el porche gritando por Darío, Alberto la escuchó, salió y la corrió de ahí. Para Darío eso no había sido inconveniente, lo que ocasionó, sí. Su madre llegó a los dos días. Por suerte, esta vez estaba Darío en casa. Ambos estaban en la cocina preparando la cena cuando tocaron la puerta, Alberto fue a abrir. 

-¡¿Dónde está mi hijo?!- 

-¡Epa!- 

-¡SUELTAME!- 

-¡¿Quién es usted?!- Darío reconocía esos gritos. Fue corriendo a la entrada. Alberto tenía a su madre tomada del brazo en el umbral de entrada. Ambos clavaron su mirada en él cuando llegó. 

-Darío, esta mujer quiere entrar a la fuerza- Su madre iba a comenzar a responderle con gritos. Darío habló primero. 

-Está bien, Alberto. Ella es mi madre- Alberto la soltó y bajó la cabeza apenado. 

-Perdón, señora- 

-¡PERDÓN NADA! ¡¿Quién eres tú y qué haces en casa de mi hijo?! Darío ¿Quién es él?- 

-Mamá, deja el escándalo. Termina de pasar. Alberto, por favor, échale un ojo a la comida, que no se queme- Alberto asintió y se fue a la cocina. 

-¿Por qué sigue aquí después de la grosería que le hizo a la pobre de Ana María?- 

-Porque para mí no fue una grosería sino lo que yo hubiese hecho, pero no estaba aquí así que Alberto lo hizo por mi- 

-Debiste correrlo- 

-De hecho, le compré algo en agradecimiento- La rabieta que hizo su mamá le dio mucha satisfacción 

–Mamá, cálmate. Estamos haciendo cena, quédate y come con nosotros- Su madre miró de mala gana hacia la cocina. 

-¿Quién es él? ¿Qué hace aquí? ¿Por qué está viviendo contigo?- Darío negó con la cabeza y se sentó. Su mamá también se sentó y se le quedo mirando. Darío sabía que no dejaría de hacerlo hasta que le respondiera. 

-Es uno de mis pacientes. Llegó una noche al hospital cargado por una mujer. Alguien lo había golpeado brutalmente y lo dejó en la calle, de no ser por ella seguramente hubiese muerto- 

-Eso no explica por qué está aquí contigo- Darío trató que la insensibilidad de su madre no lo sacara de quicio. 

-No tenía a donde ir. Su familia se desentendió de él y su novio fue quien lo golpeo, no podía dejar que… 

-¡¿Qué?! ¿Qué dijiste? ¿Novio? ¿Él es marico?- -¡Mamá! Eso es ofensivo- 

-Ofensivo es que lo traigas a tu casa, y me lo presentes. Esa gente está mal, Darío. Son locos, están enfermos- 

-¡MAMÁ! Te estás pasando de la raya. Es despreciable que digas esas cosas- 

-¡Cuida tu lenguaje, Darío! Mira que soy tu mamá- 

-Y estás actuando como una extraña para mí- 

-¡Darío!- Su madre se llevó la mano al pecho en un exagerado gesto dramático –Tú nunca me habías hablado así- 

-Porque nunca había visto este lado malo y mezquino tuyo. Ese pobre niño está en la calle y tú te horrorizas por la persona de la cual puede enamorarse. Como si eso fuese problema tuyo o mío- 

-Es que no quiero que te lo pegue- En ese momento Darío no sabía si halarse los cabellos o reírse en la cara de su mamá. Se pasó las manos por la cara en busca de un punto de tranquilidad. Su paciencia se acababa con los segundos. ¿Cómo podía su madre utilizar argumentos tan ignorantes e intolerantes? Darío se dio cuenta de una pequeña parte del sufrimiento de Alberto. Ser acusado de esa manera…con razón no todo mundo podía soportarlo. 

-No hables de eso como si fuese una enfermedad, mamá. No lo es. Sé de eso, soy médico. El hecho de que Alberto esté viviendo conmigo no significa que cambiare mi orientación sexual. Es de ignorantes que siquiera pienses de esa manera. Y sé que no eres ignorante, mamá. Al contrario, eres la mujer más inteligente que conozco. Así que, por favor, deja ya de meterte con Alberto. Se queda conmigo y ya- Su mamá quería decir otra cosa pero se contuvo. Darío pudo ver como eso la estaba molestando. Su madre jamás se guardaba nada. 

-Tienes razón, hijito. No debí decir esas cosas. Pero es que estoy preocupada por ti, desde que no estás con Ana María siento que estás… 

-Si algo estoy sin Ana María es libre- Darío utilizó un tono lo suficientemente cortante para callar a su mamá por unos segundos. -No digas esas cosas. No puedes botar todos esos años juntos sólo por un pequeño error- Darío se rio para no hacer lo que de verdad quería: Gritar y tirar algo contra el piso. 

-¿“Un pequeño error”? Ella me traicionó, mamá, me montó cachos ¿o es que acaso no te eché el cuento completo?- Darío ya no tenía paciencia para seguir con esa conversación. 

-Le estás echando toda la culpa a ella- -¡ES QUE TODA LA CULPA ES DE ELLA! ¡Es con ella con quien tenía un compromiso! ¡Es ella la que tomó la decisión de cogerse a un extraño en MI casa, en MI cama! ¡Y qué bolas tienes tú de defenderla a capa y espada en vez de apoyar a tu hijo!- 

-Pero es que… 

-¡Fuera!- Las palabras salieron solas, pero Darío ya no podía más con eso. 

-¿Qué me dijiste?- 

-¡Fuera! ¡Vete a buscar a tu hija querida!- 

-Tú eres mi hijo… 

-Mamá. Fue-ra de mi casa. Salté ¡YA!- su mamá se estremeció con el grito. Nuevamente quería decir algo pero Darío debía lucir lo suficientemente molesto para que se frenara de decirlo. Tomó su cartera y salió de la casa. Darío quería sucumbir a sus instintos y lanzar todos los adornos de la sala contra las paredes pero eso quedó en segundo plano cuando se dio cuenta que seguramente Alberto había escuchado todos sus gritos. Fue a la cocina. 

-Alberto, perdón por los gritos- No había nadie en la cocina, las hornillas estaban apagadas y la puerta trasera de la casa abierta. 

-¡¿Alberto?!- Nadie respondió. Darío siguió llamando dentro y fuera de la casa y nadie respondió.