Esa noche había muchas cosas acechando en las sombras, prestando particular atención a la joven que iba caminando por la calle desierta. Su cabello negro estaba recogido en una cola que llegaba casi a la mitad de su espalda, sus manos iban a los lados haciendo extrañas formas con los dedos y girando en ambas direcciones, se cubría del frio con una chaqueta de cuero y calzaba unas largas botas. Cuando pasó cerca del escondite de quienes la vigilaban, una casa en construcción, todas se lanzaron a atacarla. En lugar de correr, la chica sonrió y se quedo donde estaba. Una a una, las criaturas fueron cayendo en el suelo, impactadas por una fuerza invisible. Aún en el suelo, las criaturas se retorcían y buscaban atacar a la chica, que ya había dejado de sonreír y ahora los miraba con asco. Tenían forma humana pero con joroba, piel gris, uñas largas, afiladas, ojos inyectados de sangre y laceraciones por todas partes, pero lo que realmente los delataba era ese olor a piel pudriéndose. 

-Demonios carroñeros- dijo en voz alta con tono cansino. –Con razón no me dijeron qué era lo que íbamos a cazar. Los detesto- Dos jóvenes totalmente idénticos se le unieron. 

-Creo que no les agradas- dijo uno de ellos 

-No, es lo que estoy haciendo lo que no les agrada. Ese ruido que entra en sus cráneos y parece que va a vaciar su contenido por si solo-Respondió ella haciendo una mueca a los seres que se removían en el suelo. La chica dejó de mover las manos y acto seguido los carroñeros se calmaron, todos trataron de ponerse de pie y huir pero ninguno lo consiguió.

-Yo que ustedes no trataría. Lo que tienen dentro son balas de madera bendecidas, y según tengo entendido eso les duele de una manera muy maldita- Los gemelos les enseñaron sus revólveres con silenciadores. Los demonios entonces tomaron la única opción que les quedaba, tratar de luchar.

-Kare, termina con esto para irnos- ordenó uno de los gemelos.

-Sí, Arena, por favor- El otro gemelo se ganó miradas de reproche de su hermano y la chica. El nombre de ella era Karena, la idea de sus padres de honrar a Anna Karenina, la novela que hizo que se conocieran. En su opinión, hubiese preferido que honraran al escritor y la hubiesen nombrado Leona, de esa manera Jared, el gemelo de su novio, Jarek, no la atormentaría con cualquier variación estúpida que se le ocurriera. Luego de poner la palma de su mano contra el suelo y murmurar un conjuro en otra lengua, una puerta surgió de la tierra, al abrirse se tragó a los carroñeros a sus pies y luego volvió a la tierra.

Ellos tres eran cazadores, seres entrenados para acabar con aquello que acechaba en la noche a las personas. Desde espectros hasta demonios, ellos se encargaban de que nada convirtiera al planeta tierra en un espectáculo de sangre y vísceras regadas por todos lados. Ellos eran el tope de la cadena alimenticia sobrenatural. No eran humanos, los humanos no estudiaban conjuros ni tenían entrenamiento de armas blancas y de fuego desde los catorce años, pero tampoco llegaban a ser nada de lo que cazaban.

Jarek le pasó el brazo por encima de los hombros y ella se acurrucó a su lado. Jared hizo un sonido de desagrado y camino en dirección contraria a ellos.

-¿A dónde vas?- le preguntó su hermano

-A poner tanta distancia como pueda de ustedes antes de que me den ganas de comprobar que tan dolorosas son esas balas de madera- Jarek soltó una carcajada y le hizo un gesto de despedida con la mano.

-Hemos discutido esto mucho tiempo, pero ¿estás seguro que tu hermano no me odia?- Jarek sonrió. Su novia era demasiado insegura. Tenían dos años juntos y siempre le hacía la misma pregunta cuando su gemelo hacia algún comentario acerca de sus gestos cariñosos.

-No, Kare. Ya te lo he dicho mil veces, mi hermano no es de los que se enamora, por ende, es de los que repudia todo lo relacionado a eso. Seguro fue a buscarse a una de sus amigas para pasar el rato- Karena le dio una palmada en el pecho.

-Insulto a las mujeres- Jarek le estampó un beso antes de subirse a su auto. Su hermano no creía en el amor pero sí en el sexo. Y seguramente en cinco minutos alguna afortunada comprobaría qué tan creyente era.


El cuarto se llenó con los inconfundibles gritos de orgasmos, los dos participantes luchaban por recuperar el aliento para luego reírse mientras uno salía del otro y ambos caían totalmente cansados al lado del otro. Jared se limpió el sudor de su cara y se volteó hacia su compañero. La luz de la luna que llegaba desde la ventana encima de la cama hacía brillar las gotas de sudor en su cuerpo, su boca estaba entreabierta, sus labios estaban hinchados por los besos que no podía dejar de darle a esos perfectos labios, era adicto a todo él, desde sus besos hasta esa mueca que estaba haciendo al haberlo atrapado contemplándolo ¡por dios! Cómo amaba a ese hombre.

-Se ve cansado, señor Alexander- su amante le dio una enorme sonrisa y se acercó para darle un corto beso.

-Bueno, no que sea de su incumbencia, señor Jared, pero acabo de tener una maratónica y placentera sesión sexual con mi muy, muy, muy apuesto novio-

-¿De verdad? Porque lo he visto, y no parece tan apuesto- Jared extendió su mano y acarició el cabello castaño de Alex –No tanto como tú, al menos- Alex se subió sobre Jared y le dio una intensa y prolongada mirada con sus ojos grises que parecían brillar en la noche y negó con la cabeza. Alexander era su primera relación, él era su tercera, y Alex demostraba una devoción para con él aún mayor que la suya para el hombre que lo había enamorado perdidamente.

Jared lo abrazó por la cintura y los volteó, quedando él sobre Alex. Acerco sus labios a los de su novio hasta que solamente milímetros los separaban.

-Tengo hambre- susurró y luego se alejó para levantarse de la cama. Una almohada chocó contra su espalda mientras se dirigía a la pequeña cocina.

-No eres gracioso-

-¿De verdad? Y yo que pensaba que mi impecable sentido del humor me había conseguido la entrada a tu cama- respondió mientras buscaba ingredientes en la nevera.

-Quisieras tú. Si mal no recuerdo fui yo quien te atrajo hasta mi cama, y si sigues buscando más abajo en mi nevera harás que me levante y encuentre un nuevo uso al mesón y varios de esos instrumentos de cocina- Jared se agachó aún más, su desnudo trasero provocó el efecto deseado. Alex saltó de la cama y lo arrinconó contra la puerta de la nevera.

-Eres imposible- le susurro con la cara enterrada a un lado del cuello de Alex.

-Creí que eso era lo que te gustaba de mí-

-Lo es- Alexander era quien se llevaba el crédito por su noviazgo. Jared le había dado infinidades de negativas a sus coqueteos pero él nunca se rindió. Y Jared agradecía eso cada minuto que pasaba a su lado. –A veces siento que en realidad soy uno de los seres que cazas y estás aquí como carnada para matarme de lujuria- Otra de las ventajas de Alexander era que sabía la verdad acerca de él y de su familia, lo que hacían. Alex había sido testigo de un enfrentamiento de él y su hermano contra un par de hombres lobo que estaban masacrando personas cerca del bar donde trabajaba y seguramente lo hubiesen matado y arrancado el corazón de no ser por él y su gemelo.

Alex pasó la yema de los dedos por las cicatrices en la espalda de Jared, recuerdo del día en que se conocieron. Jared lo resguardó de ser mutilado por las garras de uno de los hombres lobo. Él era su hombre valiente, su caballero de brillante armadura, a su lado se sentía totalmente seguro. Cosa que era muy graciosa considerando que él tenía veintisiete y Jared veintidós. Su amante se alejó de él, fue hasta la cocina y encendió la hornilla. Esa no era una respuesta normal en él, que sucumbiera a sus caricias y se amaran allí mismo en el piso lo era, pero si Jared tenía hambre no había mucho que él pudiera hacer. Después de todo, fue por la comida que él dio el primer paso para entrar en el corazón de Jared Ross.


Varios kilómetros fuera de la ciudad había una mansión que había visto mejores días, el tiempo no la había tratado con gentileza y ahora sólo esperaba que algún demoledor acabara con ella, pero su abandono la hacía perfecta para quien, en su interior, estableció sus dominios. Un demonio con un plan. En el centro de la desolada casa estaba parado, sosteniendo en sus manos una pequeña botella con un sustancia viscosa, de color purpura que desprendía un intenso brillo rojizo. Todos los experimentos, el tiempo cavando en las cuevas más profundas del infierno, todo por fin daría pago. Ahora solamente necesitaba probarlo. Al sonreír, sus dientes se tornaron de color rojo sangre. Desapareció, dejando el mar de cuerpos inconscientes en el piso de la abandonada casa.