Gustavo Alcantara estaba sentado en la sala de su casa, como era costumbre con un libro en las manos y un vaso con whiskey en la pequeña mesa a su lado, esa noche sin embargo había algo fuera de lo usual, su esposa Leticia caminaba por toda la casa con su celular a cubierto entre sus manos. Eso le molestaba, no tanto por el sonido de sus pasos que sí interrumpía su lectura sino por lo que sea que la tuviera tan nerviosa. Algo así no podía ser bueno porque a su esposa nada la ponía nerviosa. Era la misma mujer que cuando estaba por dar a luz le dio instrucciones desde qué meter en la bolsa de ropa hasta donde estacionar en el hospital, la misma mujer de la que se había enamorado perdidamente y que cambió el segundo que se acostumbró a su dinero. En otro tipo de matrimonio él se hubiese levantado a tratar de darle tranquilidad a la turbada mente de su esposa, pero desde hace muchos años que no eran ese tipo de matrimonio. Gustavo se levantó sólo para servir un poco más de whiskey, de regreso a su asiento una foto captó su atención y lo hizo sonreír, era una vieja foto de él, su esposa e hijo el día de la graduación de la escuela de medicina. Gustavo regresó a su asiento y trató de concentrarse en su libro. 


-¡Alberto!- gritó Darío mientras trataba de alcanzarlo. Con cada paso se regañaba mentalmente. No debió haberle hecho caso a sus amigos, una fiesta de cumpleaños sorpresa era mala idea. Y había tenido razón. Cuando abrió la puerta con Alberto el también fue sorprendido. Todos sus amigos estaban allí con otras personas que conocían a Alberto, hasta un par de los pacientes de Darío con los que él había tratado en el hospital, una pancarta enorme de feliz cumpleaños colgaba de la parte superior de las escaleras y al fondo se veía una torta rodeada de regalos. Todo eso hizo a Darío sonreír, hasta que miro a un lado para apreciar la sorpresa en la cara de Alberto y se dio cuenta que no estaba y que en vez de eso el muchacho había echado a correr. Ahora estaba casi al final de su calle tratando de alcanzarlo. 

-¡Alberto! ¡Párate, vale!- Alberto podía sentir el recorrido completo de su sangre por su cuerpo. Estaba molesto con Darío por engañarlo. Desde que le pidió que lo acompañara al hospital y le hizo esperar por cuatro horas sabía que tramaba algo, su miedo se volvió realidad cuando abrieron la puerta de la casa. Darío sabía de su cumpleaños, de su vida antes de él, y toda esa gente ahí…Obligadas seguramente por Darío para que él no se sintiera mal por no tener una fiesta en su cumpleaños. Era de Darío hacer esas cosas. 

Alberto tropezó con una piedra y cayó de cara al suelo. 

-¡ALBERTO!- Darío apresuró el paso y lo alcanzó para ayudarlo a levantarse del suelo. En lo que Alberto se paró se alejó de él. –Perdón- le dijo –Sé que fue mala idea, quería hacer algo por tu cumpleaños pero no sabía ni cómo decirte que sabía que hoy era tu cumpleaños, entonces Alejandro me dijo que hiciera eso pero no debí hacerle caso y… 

-Ya va ¿Alejandro planeó eso?- 

-Sí- Alberto se veía confundido. 

-Entonces… ¿Fue él quien le dijo a toda esa gente que fuera a la casa?- Alberto dijo eso en voz baja y mirando al suelo. 

-¡No! Nadie le dijo a nadie que… Ya va ¿Tú piensas que esa gente está allí por obligación?- Alberto no respondió y entonces todo encajó en la mente de Darío. -¡Coño, Alberto! Ven acá- Miró a los lados antes de abrir los brazos, y Alberto hizo lo mismo antes de entrar en ellos. Darío lo encerró en un abrazó y le dio un beso en la coronilla en la cabeza. Era algo que rara vez hacían por la falta de ausencia de gente a su alrededor. 

-Entonces ¿Por qué están todas esas personas ahí?- Alberto quería sonreír y llorar al mismo tiempo ¿Cómo alguien podía ser tan extraño a un gesto de cariño? Mejor dicho ¿Qué clase de monstruos harían que una persona se cuestionara dichos gestos? 

-Escúchame bien- le susurró al oído –Toda esa gente está ahí porque cuando les dijimos que hoy era tu cumpleaños, todas respondieron que no podían perdérselo y me preguntaron de que sabor querías tu torta, y que regalos debían comprarte. Respondí lo mejor que pude y de verdad espero que todo te guste porque todo eso es para ti porque sencillamente te lo mereces por la sencilla razón de existir, Alberto Alcantara- Darío apretó los dientes para no soltar la maldición que quería escapar de sus labios. Había estado pensando en ese nombre desde que consiguió los papeles de adopción. Un hijo que llevase su apellido. Ahora la había cagado. No quería tener esa conversación en una calle solitaria. 

-Que tu mamá no te escuche llamarme así- fue todo lo que dijo Alberto. Se zafó del abrazo y le sonrió –Vámonos- Cuando Alberto le hizo un gesto con la mano para que lo siguiera, Darío se dio cuenta de las heridas que dejó la caída. Ambos regresaron en silencio a la casa, y sin que lo supieran, alguien se bajó de un auto negro y fue detrás de ellos. 


Al llegar a la casa nadie dijo nada de la huida de Alberto. Esperaron que Darío se encargara de las heridas de sus manos e hicieron como que nada había pasado, felicitaron a Alberto y cada quien entregó su regalo. A Alberto le tomó tiempo acostumbrarse a la efusividad de todos. Sus primeros cumpleaños en una familia religiosa eran cortos y aburridos, luego de que lo corrieran de su casa no tuvo el interés de celebrarlo y no había nadie en su vida que lo quisiera hacer por él. Darío de nuevo compensaba por esos años que estuvo a la deriva. Parecía que él era la unión de todas las personas que le hubiese gustado tener a su lado, especialmente sus padres. Al momento de apagar las velas de su torta Alberto sonrió porque su máximo deseo desde que había comenzado a vivir con Darío ya se había cumplido: Volver a sentir que pertenecía a un hogar. 

Cuando Darío anunció que era el momento de que Alberto abriera los regalos, éste volvió a sentir el mismo miedo e incomprensión. Toda esa gente, comprándole regalos…para él no tenía sentido. Hubiese preferido que Darío no hubiese hecho eso, para él era mejor abrirlos cuando ya todos se hubiesen ido. Entre Darío y Alejandro movieron la mesa con los regalos a la sala y se sentaron con los demás a la espera de que Alberto abriera el primero. Desde que los había visto, evitó acercarse a la mesa, ahora que la tenía cerca parecía más intimidante y abrumadora. Eran tantos regalos... 

Amanda se levantó de su asiento, tomó una caja envuelta en papel blanco y se la entregó a Alberto 

-Toma, comienza por aquí- Alberto la tomó y forzó una sonrisa -¡Ah! Y para que sepas, todos tenemos prohibido decirte quien te regaló qué, así evitamos quejas- Cuando Alberto rasgó el papel entendió a lo que Amanda se refería. Lo que tenía en las manos era una cámara fotográfica profesional, de esas que aparecían en la televisión. A Alberto le gustaba la fotografía, era algo que había compartido con Amanda en una de sus consultas. El regalo obviamente era de ella. Alberto dejó la cámara en la mesa de centro de la sala. 

-Yo… 

-¡No!- lo calló Amanda. -Ya discutimos eso. Sigue con otro- Alberto sonrió y obedeció. 

Darío no podía dejar de sonreír al ver a Alberto abrir sus regalos. Luego de la impresión por el regalo de Amanda las cosas fueron fluyendo mejor. Para el quinto regalo Alberto ya no los miraba con gesto de disculpa luego de abrir un obsequio. En ese momento, Darío pudo ver en el mismísimo centro de Alberto. No era más que un niño al que todo ese rudo y agresivo exterior había estado protegiendo. 

-El último- anunció Alejandro. Alberto sonrió y tomó el paquete de la mesa. Cuando Alberto rasgó el papel, Darío supo que era el regalo de Alejandro. Debajo de todo el papel de regalo había un hermoso cuaderno de dibujos forrado en cuero y un gran dragón en la portada cuya cola era la cerradura, detrás había un grupo de lápices de grafito y de colores. 

-Te la comiste- le susurró Darío a su amigo. Alejandro sonreía más que Alberto. Darío se paró del mueble y se abrió paso entre sus amigos e invitados hacia las escaleras. 

-¡Epa! ¿A dónde vas?- le preguntó Alejandro. 

-Por mi regalo. Ningún otro puede ser el último- Le sonrió a todos y subió corriendo las escaleras. Escondido en su armario estaba el regalo que tenía desde hace semanas. Un caballete, lienzos, pinturas y una paleta. Darío no podía esperar a ver la cara de Alberto. Y en ese momento se le ocurrió una idea. 

-¿y el regalo?- le preguntó Mauricio cuando bajó las escaleras. Darío se encogió de hombros 

-Lo dejé arriba. ¿Y Alberto?- 

-Está en el patio- respondió Lucia, una de las conocidas de Alberto del hospital. Darío se extrañó y se fue al patio. Alberto estaba recostado de uno de los arboles grandes, de espalda a la casa, acariciando al perro. 

-¿Nómada también te tiene un regalo?- Alberto dejó de recostarse del árbol e hizo movimientos con las manos que le dijeron a Darío que se estaba secando lagrimas del rostro. Darío sonrió. 

-Es que estaba ladrando mucho. Creo que no le gusta estar amarrado-

-¿Te gustaron tus regalos?- Alberto asintió pero no se volteó a verlo. Darío se acercó un poco más y le puso la mano en el hombro. Lo que pasó luego lo agarró desprevenido. De pronto se vio rodeado por los brazos de Alberto en un fuerte abrazo que él correspondió. 

-Gracias- le susurró Alberto. 

-Ni siquiera has visto mi regalo- 

-No hablo de eso. Gracias por salvarme la vida. De no ser por ti yo estaría… 

Todo el sonido desapareció de pronto y los siguientes segundos pasaron en cámara lenta a medida que Darío veía a un hombre emerger de las sombras del fondo del patio con una pistola apuntando a la espalda de Alberto. 

Cuando el sonido regresó, lo primero que escuchó Darío fueron las detonaciones.


-¡ALBERTO! ¡YA LLEGARON TODOS!- Alberto saltó de la cama, tomó la primera franela que tuvo a la mano y se la puso. Era domingo, el mejor domingo, el último domingo del mes. Darío y sus amigos se reunían en casa del doctor a asar carne y pasar el día. A Alberto le gustaba estar con ellos, eran tan buenos como Darío y siempre tenían que ver con él. Era como si lo hubiesen aceptado en su círculo de amistad y entre todos lo cuidaran. Alejandro, el policía, fue el primero en verlo bajar las escaleras. Él era el amigo más cercano a Darío, habían crecido juntos y estudiado medicina pero Alejandro se retiró luego de unos meses y encontró su vocación en las fuerzas del orden. Se quitó la gorra que tenía y se la lanzó a Alberto que brincó desde la mitad de la escalera para agarrarla y, en el mismo movimiento, ponérsela. 

-Estás mejorando- le dijo Alejandro con una sonrisa. Alberto les sonrió a todos en la sala. Mauricio, el abogado, le estrechó la mano. Amanda, su psicólogo, le dio un abrazo y un beso. El día siguiente tenían cita. Dorotea, que a pesar de su rudo comienzo ahora eran más cercanos, también le dio un beso, y por último, Sara, la secretaria también lo abrazo. Si Alberto no se equivocaba, ella y Darío estaban teniendo un acercamiento más allá de la mistad. Al menos eso era lo que comentaba con Alejandro y Dorotea porque Darío siempre cambiaba la conversación cuando preguntaba. 

-Entonces chamito ¿Cuándo por fin es que Darío te va a meter a estudiar?- Alejandro le daba vueltas a los trozos de carne con la habilidad de la practica. Alberto miró hacia otro lado. 

-No me ha dicho- 

-¡Epa! Viendo para acá que estoy hablando con tu cara, no con la nuca. ¿Tú no tienes unos añitos ya como para que esperes que otro decida por ti? ¿O es que sigues con la vaina de que no quieres ir? Ya te lo he dicho, Alberto, aprovecha tu tiempo. Yo entiendo todo lo que tú quieras pero estudiar te dará más de lo que te quitará. Empezando por ese miedo- Alberto apretó la mandíbula para no responder. Terminaría diciendo algo ofensivo y respetaba demasiado a Alejandro para eso. 

-Es que no sé que quiero estudiar. Terminé el liceo, sí, pero la universidad es otra cosa- Alejandro se río y lo miró negando con la cabeza. 

-Excusas. Seguro ya tienes pensado hasta el doctorado que harás, pero no quieres salir de aquí. Vas a terminar convirtiéndote en una pared o en un mueble. O peor, un viejo como el que viene ahí- Alberto volteó hacia donde apuntaba Alejandro y no pudo evitar reírse. Darío venía con varios platos para la carne. 

-¿Cuál es el chiste? Compartan- Ambos negaron con la cabeza. 

-No me corrompas al muchacho- le dijo Darío a Alejandro que le dio un trago a su cerveza e hizo un gesto con las cejas en respuesta. Darío le puso la mano sobre la cabeza a Alberto y le dio un pequeño apretón antes de irse. 

En el comedor, Alberto, Alejandro y Dorotea se sentaron juntos para poder captar cualquier movimiento entre Darío y Sara. Ambos hablaban por poco tiempo pero se dedicaban miradas nerviosas y cuando por casualidad sus manos se tocaban se comportaban de manera muy incómoda. 

-Les van a hacer un hueco en la cabeza de tantos mirarlos- les susurró al trío vigilante Amanda acompañada de Mauricio camino a la cocina. Todos se sonrieron entre ellos y los siguieron. Luego de lo de Ana María, todos los amigos de Darío hicieron de su misión encontrar a alguien que fuese mucho mejor, aunque por lo que había escuchado en conversaciones a espaldas de Darío, no había que buscar mucho para encontrar alguien mejor. Esa mujer era más horrible de lo que él había pensado. Lo que ninguno había planeado era que esa persona podría estar dentro de su círculo de amigos. Y a pesar de las bromas y demás, Dorotea era la única que no estaba totalmente convencida de que algo así fuese a funcionar. 

-¡Ay si! Como no todos tenemos los cincuenta años de casados cumplidos…- le replicó Mauricio –De algún lado tienen que salir ¿no? Deja el pesimismo, chica- Mauricio era el único que hablaba con Dorotea de tú a tú, todos los demás la trataban con el respeto que requería su edad. Irónicamente, con Mauricio era que se llevaba mejor. 

-Mira, carajito, si lo digo es por algo. Que yo he vivido más que tú y eso de amigos para novios casi nunca funciona- Mauricio iba a replicar pero en eso Darío entró a la cocina. 

-Bueno y ustedes están aquí chismeando y Sara y yo con hambre. Muévanla con la comida- Entre todos se miraron y comenzaron a reír. Darío se hizo el desentendido y regresó al comedor, en lo que todos comenzaban a hacer comentarios con doble sentido acerca de él y Sara, se hacía el que no escuchaba o entendía, pero terminaba sonriendo con todos. 

Comer era la parte que más le gustaba a Alberto de las reuniones de Darío con sus amigos. Todo era una eterna broma, chiste y comentarios que hacían que más de uno se atragantara con la comida. En la mesa, las risas era el plato que no se terminaba. Mientras Alberto y los demás recogían la mesa y limpiaban, Darío arrastró a Alejandro fuera del comedor hasta las escaleras. Alejandro se soltó del agarre. 

-¡Epa! ¿Qué tienes tú?- 

-Te quiero enseñar algo- Alejandro lo vio con ojos entrecerrados. 

-Sólo hay una cosa que podrías enseñarme subiendo las escaleras, y hasta donde sé, el de esas cosas es el muchachito tuyo- Darío le dio un empujón a su sonriente amigo por las escaleras. Tratar con Alejandro era tratar con un niño de quince años con extremo sarcasmo. Alejandro trató de entrar al cuarto de Alberto pero Darío lo halo por un brazo y lo empujó al suyo. Una vez había cometido el error de entrar sin permiso en ese cuarto, el hueco en la puerta del golpe que Alberto le había propinado al descubrirlo aún estaba. Si había algo que Darío no quería provocar, era el mal humor de ese muchacho. Entraron a su cuarto y Alejandro repitió una de sus rutinas, se tiró en la cama y le hizo señas a Darío para que lo acompañara con una cara sexi que de sexi no tenía nada. Darío sólo rio mientras buscaba lo que quería mostrarle a su amigo, lo sacó de una de las gavetas de su mesa de noche, se sentó en la cama y lo ofreció a Alejandro. Los instintos de policía salieron a flote cuando el semblante de Darío cambió. Alejandro se sentó, tomó y abrió el sobre. 

-¡Güao!- Fue todo lo que dijo. – ¿Tú estás seguro de esto?- El bromista ya no estaba. Ahora era el hombre de casi treinta y siete años, policía y amigo. 

-¿Crees que te estaría enseñando eso si estuviese seguro? Estoy aterrado, los pedí desde hace semanas. Ni siquiera a Amanda se los he enseñado- 

-Así que esto fue idea de Amanda- Darío trató de corregirse pero Alejandro lo miró alzando las cejas, retándolo a que lo hiciera. 

-Me atrapaste- 

-Sí, bueno, ella no es la única con súper poderes…Papá… ¿Quién lo diría?- Alejandro le devolvió los papeles de adopción a Darío. –Lo que no entiendo es ¿Por qué? El chamo es mayor de edad, esto sería meramente una formalidad- Darío se encogió de hombros. 

-Él se merece una familia de verdad. Yo quiero dársela- Alejandro le sonrió y le alborotó el cabello. 

-¿Estás seguro que el gay aquí es Alberto?- Darío soltó una carcajada y lo empujó a la cama. Alejandro lo agarró del brazo y lo halo. Ambos se quedaron viendo al techo. 

-Siempre dijimos que tú serías papá primero- 

-Sí, pero no porque lo quisiera sino porque prefiero abstinencia que ponerme un condón. Además, tú estás adoptando. No se vale- 

-Lo dices tan seguro…nunca he mencionado nada a Alberto. Seguro dice que no- Alejandro hizo un sonido de burla. 

-Mira, lo que pasa es que la vida de medico zombi que llevas no te deja verlo, pero ese muchachito no te quiere más porque no puede, y no necesitas que yo o Amanda te lo diga, no hay que tener un súper arrecho octavo sentido para darse cuenta. Tú le rescataste la vida, Darío, tú hiciste algo por él que nadie más quería. Y conociéndote tienes todo un plan de vida armado tanto para él como para ti, y el tuyo gira alrededor del suyo. Ya eres su papá, que no lo diga en papel es otra cosa- 

-¿Estás seguro que el gay es Alberto?- Alejandro le dio un empujón y luego de ese vinieron varios. Eran como dos muchachitos jugando en la cama de los papás. Cuando terminaron, Darío sacó otro sobre y se lo dio a Alejandro. 

-¡Nojoda! ¡Lo sabía!- dijo cuando abrió el sobre. Dentro estaban dos pasajes de avión para Italia y papeles de una escuela. 

-¿Instituto de arte?- Alejandro lo miró extrañado. 

-Él pinta. Le he descubierto bosquejos por ahí. Es muy bueno- Alejandro se sorprendió con la información.

-Míralo pues…se lo tenía guardadito. Pero… ¿Italia? ¿Qué pasa contigo?- Darío se encogió de hombros.

-Puedo ser doctor allá también. Ya he hablado con mi jefe y me puede dar varias recomendaciones y ponerme en contacto con gente. Eso es lo de menos- Alejandro sonrió y negó con la cabeza.

-¿Ves? Papá- Desde la escalera comenzaron a gritarles para que bajaran. Ambos se incorporaron de la cama, Darío guardo los papeles y antes de salir Alejandro le puso una mano en el hombro y le dio un apretón.

-No tienes de que preocuparte. Te aseguro que estará encantado con la idea. Y sí, por supuesto que seré el padrino del muchacho. No tienes ni que preguntarlo- Darío soltó una carcajada que duró todo el camino hasta que bajaron. Abajo los recibieron con más risas.

Darío tenía algo oculto aún. No le había dicho a Alberto ni a nadie de su viaje a la casa de la familia de Alberto, no le había dado el mensaje de su hermano. La reacción de Alberto sería terrible, de eso no había duda, pero ¿Lo suficiente para odiarlo e irse de la casa? Darío se quedo viendo por una ventana mientras pensaba en eso.

Del otro lado de la calle, dentro de un auto color negro estaba un hombre vigilante de todo lo que ocurría dentro de la casa de Darío. En sus manos tenía una cámara, y de copiloto un revolver.

El mismo que en un par de días cobraría la vida de uno de los que en ese momento se encontraba en la casa.



Leticia Alcantara se acomodó los lentes de sol en el carro y tomó una bocanada de aire antes de salir. Tenía mucho tiempo sin ir a esa parte de la ciudad, la que la vio nacer. Antes de ser la respetable y renombrada en sociedad que todos conocían, había sido Leticia Artiga, niña, de barrio pobre, ingenua y sin nada en la vida. Nada que valiera la pena recordar. La plaga que estaba en la vida de su hijo debía ser eliminada, lo que la empujó a volver a ese sitio, porque pasaba que ella conocía a un muy buen exterminador. 
El pequeño bar estaba donde lo recordaba, cuando entró, un hombre lo suficientemente alto para hacerle sombra estaba del otro lado. Cruzaron las miradas por unos segundos y se hizo a un lado. Dentro, un hombre mayor se levantó de su mesa y abrió los brazos a modo de saludo. 
-¡Leticia! Mi amor, tan bella como siempre- Antes de quitarse los lentes de sol, Leticia puso los ojos en blanco. No podía ver el momento de irse de ahí. 
-Deja la payasada, Raimundo. Tú y yo no nos hemos visto en años- Se sentó en la mesa sin recibir el abrazo o el beso que sabía que el hombre al que fue a ver tenía para ella. 
-Seras tu a mi, princesa. Porque yo te he visto todos los días. Es lo malo de tener tanto real, Leticia, todo el mundo tiene que ver contigo. Por eso me tome la molestia de reservar este espacio para nosotros. Supuse que apreciarias la privacidad- Leticia no respondió, sólo sacó un par de fotos de su cartera y las tiro en la mesa. 
-¿Cuanto?- Raimundo tomó las fotos y se puso un par de lentes de lectura para verlas. 
-¡Chica! ¿Y este no es el hijo tuyo? ¿Tan mal se porto?- Leticia miró al hombre con desprecio, éste se rió. 
-Te va a dar algo, quedate quieta que te estoy vacilando. Además, ya hablamos de esto. Sé que es al mariquito que está con él en la foto. Pero tengo que preguntar, vale ¿tu muchacho anda en vainas raras ahora? Porque recuerdo verte en una revista contentisima porque se te casaba ¿Cruzó la acera el hombre?- 
-Raimundo, por si no es obvio, yo no vine aquí a tomarme un café y reírme de tus pendejadas...- Leticia ahogó un grito cuando Raimundo la tomó del brazo y apretó. 
-Escuchame bien, muchachita, a mi no me importa que tengas mas real que toda la ciudad junta, aquí estás en mi tierra y estás siendo muy mal educada conmigo. Yo pensaba que Jacinta te había criado mejor. Debajo de toda esa ropa cara y rostro estirado esta la misma muchachita que comía mango con las manos en el patio de mi casa, eso es lo que eres en el fondo, y lo que siempre seras- Raimundo le soltó el brazo y dejó las fotos en la mesa. 
-4 por el trabajo. Deja 2 y luego mando a alguien por los otros 2- Con mano temblorosa, Leticia sacó un fajo de billetes y lo dejo en la mesa, se levantó y salio del bar. Dentro de su auto, recostó la cabeza en el volante hasta que su corazón se calmó. El sólo pensar en su pasado...Raimundo hablaba por hablar. Ahora era una mujer distinta, una mucho mejor que su pasado. Leticia condujo lejos de su pasado mas no pudo con el sentimiento en el pecho que le decía que acababa de cometer un terrible error. 

Las risas de Darío y Alberto se escuchaban desde la calle. Era la tercera película que veían en el día. Todo había sido idea de Amanda, ambos necesitaban un tiempo juntos. Y ambos la estaban pasando muy bien. Había veces en que Darío se quedaba viendo a Alberto reír y se preguntaba desde cuando no lo hacía. Había hecho lo correcto, ya eso lo había internalizado, pero no dejaba de preguntarse acerca de todo lo que había pasado Alberto y lo que él hubiese hecho para evitarlo. Era un adulto, tenia el temperamento de uno y la racionalización, pero en el fondo seguía siendo un niño, la fuerza con la que reía por una película de unos pajaros parlantes se lo decía. Alberto se percató de la mirada de Darío y volteó a verlo. En ese segundo en que sus ojos se encontraron ambos tuvieron el mismo retorcijón en el estomago pero ninguno dijo nada al respecto. El ambiente de pronto se puso pesado para ambos, siguieron viendo la película pero ahora tomaban un segundo para verse, como asegurándose que el otro estaba bien. Ese retorcijón era inconfundible para el niño que había vivido desgracias y el doctor que había presenciado su buena parte de ellas. 

Algo malo iba a pasar.