Mi amiga, la amistad


-¡ALBERTO! ¡YA LLEGARON TODOS!- Alberto saltó de la cama, tomó la primera franela que tuvo a la mano y se la puso. Era domingo, el mejor domingo, el último domingo del mes. Darío y sus amigos se reunían en casa del doctor a asar carne y pasar el día. A Alberto le gustaba estar con ellos, eran tan buenos como Darío y siempre tenían que ver con él. Era como si lo hubiesen aceptado en su círculo de amistad y entre todos lo cuidaran. Alejandro, el policía, fue el primero en verlo bajar las escaleras. Él era el amigo más cercano a Darío, habían crecido juntos y estudiado medicina pero Alejandro se retiró luego de unos meses y encontró su vocación en las fuerzas del orden. Se quitó la gorra que tenía y se la lanzó a Alberto que brincó desde la mitad de la escalera para agarrarla y, en el mismo movimiento, ponérsela. 

-Estás mejorando- le dijo Alejandro con una sonrisa. Alberto les sonrió a todos en la sala. Mauricio, el abogado, le estrechó la mano. Amanda, su psicólogo, le dio un abrazo y un beso. El día siguiente tenían cita. Dorotea, que a pesar de su rudo comienzo ahora eran más cercanos, también le dio un beso, y por último, Sara, la secretaria también lo abrazo. Si Alberto no se equivocaba, ella y Darío estaban teniendo un acercamiento más allá de la mistad. Al menos eso era lo que comentaba con Alejandro y Dorotea porque Darío siempre cambiaba la conversación cuando preguntaba. 

-Entonces chamito ¿Cuándo por fin es que Darío te va a meter a estudiar?- Alejandro le daba vueltas a los trozos de carne con la habilidad de la practica. Alberto miró hacia otro lado. 

-No me ha dicho- 

-¡Epa! Viendo para acá que estoy hablando con tu cara, no con la nuca. ¿Tú no tienes unos añitos ya como para que esperes que otro decida por ti? ¿O es que sigues con la vaina de que no quieres ir? Ya te lo he dicho, Alberto, aprovecha tu tiempo. Yo entiendo todo lo que tú quieras pero estudiar te dará más de lo que te quitará. Empezando por ese miedo- Alberto apretó la mandíbula para no responder. Terminaría diciendo algo ofensivo y respetaba demasiado a Alejandro para eso. 

-Es que no sé que quiero estudiar. Terminé el liceo, sí, pero la universidad es otra cosa- Alejandro se río y lo miró negando con la cabeza. 

-Excusas. Seguro ya tienes pensado hasta el doctorado que harás, pero no quieres salir de aquí. Vas a terminar convirtiéndote en una pared o en un mueble. O peor, un viejo como el que viene ahí- Alberto volteó hacia donde apuntaba Alejandro y no pudo evitar reírse. Darío venía con varios platos para la carne. 

-¿Cuál es el chiste? Compartan- Ambos negaron con la cabeza. 

-No me corrompas al muchacho- le dijo Darío a Alejandro que le dio un trago a su cerveza e hizo un gesto con las cejas en respuesta. Darío le puso la mano sobre la cabeza a Alberto y le dio un pequeño apretón antes de irse. 

En el comedor, Alberto, Alejandro y Dorotea se sentaron juntos para poder captar cualquier movimiento entre Darío y Sara. Ambos hablaban por poco tiempo pero se dedicaban miradas nerviosas y cuando por casualidad sus manos se tocaban se comportaban de manera muy incómoda. 

-Les van a hacer un hueco en la cabeza de tantos mirarlos- les susurró al trío vigilante Amanda acompañada de Mauricio camino a la cocina. Todos se sonrieron entre ellos y los siguieron. Luego de lo de Ana María, todos los amigos de Darío hicieron de su misión encontrar a alguien que fuese mucho mejor, aunque por lo que había escuchado en conversaciones a espaldas de Darío, no había que buscar mucho para encontrar alguien mejor. Esa mujer era más horrible de lo que él había pensado. Lo que ninguno había planeado era que esa persona podría estar dentro de su círculo de amigos. Y a pesar de las bromas y demás, Dorotea era la única que no estaba totalmente convencida de que algo así fuese a funcionar. 

-¡Ay si! Como no todos tenemos los cincuenta años de casados cumplidos…- le replicó Mauricio –De algún lado tienen que salir ¿no? Deja el pesimismo, chica- Mauricio era el único que hablaba con Dorotea de tú a tú, todos los demás la trataban con el respeto que requería su edad. Irónicamente, con Mauricio era que se llevaba mejor. 

-Mira, carajito, si lo digo es por algo. Que yo he vivido más que tú y eso de amigos para novios casi nunca funciona- Mauricio iba a replicar pero en eso Darío entró a la cocina. 

-Bueno y ustedes están aquí chismeando y Sara y yo con hambre. Muévanla con la comida- Entre todos se miraron y comenzaron a reír. Darío se hizo el desentendido y regresó al comedor, en lo que todos comenzaban a hacer comentarios con doble sentido acerca de él y Sara, se hacía el que no escuchaba o entendía, pero terminaba sonriendo con todos. 

Comer era la parte que más le gustaba a Alberto de las reuniones de Darío con sus amigos. Todo era una eterna broma, chiste y comentarios que hacían que más de uno se atragantara con la comida. En la mesa, las risas era el plato que no se terminaba. Mientras Alberto y los demás recogían la mesa y limpiaban, Darío arrastró a Alejandro fuera del comedor hasta las escaleras. Alejandro se soltó del agarre. 

-¡Epa! ¿Qué tienes tú?- 

-Te quiero enseñar algo- Alejandro lo vio con ojos entrecerrados. 

-Sólo hay una cosa que podrías enseñarme subiendo las escaleras, y hasta donde sé, el de esas cosas es el muchachito tuyo- Darío le dio un empujón a su sonriente amigo por las escaleras. Tratar con Alejandro era tratar con un niño de quince años con extremo sarcasmo. Alejandro trató de entrar al cuarto de Alberto pero Darío lo halo por un brazo y lo empujó al suyo. Una vez había cometido el error de entrar sin permiso en ese cuarto, el hueco en la puerta del golpe que Alberto le había propinado al descubrirlo aún estaba. Si había algo que Darío no quería provocar, era el mal humor de ese muchacho. Entraron a su cuarto y Alejandro repitió una de sus rutinas, se tiró en la cama y le hizo señas a Darío para que lo acompañara con una cara sexi que de sexi no tenía nada. Darío sólo rio mientras buscaba lo que quería mostrarle a su amigo, lo sacó de una de las gavetas de su mesa de noche, se sentó en la cama y lo ofreció a Alejandro. Los instintos de policía salieron a flote cuando el semblante de Darío cambió. Alejandro se sentó, tomó y abrió el sobre. 

-¡Güao!- Fue todo lo que dijo. – ¿Tú estás seguro de esto?- El bromista ya no estaba. Ahora era el hombre de casi treinta y siete años, policía y amigo. 

-¿Crees que te estaría enseñando eso si estuviese seguro? Estoy aterrado, los pedí desde hace semanas. Ni siquiera a Amanda se los he enseñado- 

-Así que esto fue idea de Amanda- Darío trató de corregirse pero Alejandro lo miró alzando las cejas, retándolo a que lo hiciera. 

-Me atrapaste- 

-Sí, bueno, ella no es la única con súper poderes…Papá… ¿Quién lo diría?- Alejandro le devolvió los papeles de adopción a Darío. –Lo que no entiendo es ¿Por qué? El chamo es mayor de edad, esto sería meramente una formalidad- Darío se encogió de hombros. 

-Él se merece una familia de verdad. Yo quiero dársela- Alejandro le sonrió y le alborotó el cabello. 

-¿Estás seguro que el gay aquí es Alberto?- Darío soltó una carcajada y lo empujó a la cama. Alejandro lo agarró del brazo y lo halo. Ambos se quedaron viendo al techo. 

-Siempre dijimos que tú serías papá primero- 

-Sí, pero no porque lo quisiera sino porque prefiero abstinencia que ponerme un condón. Además, tú estás adoptando. No se vale- 

-Lo dices tan seguro…nunca he mencionado nada a Alberto. Seguro dice que no- Alejandro hizo un sonido de burla. 

-Mira, lo que pasa es que la vida de medico zombi que llevas no te deja verlo, pero ese muchachito no te quiere más porque no puede, y no necesitas que yo o Amanda te lo diga, no hay que tener un súper arrecho octavo sentido para darse cuenta. Tú le rescataste la vida, Darío, tú hiciste algo por él que nadie más quería. Y conociéndote tienes todo un plan de vida armado tanto para él como para ti, y el tuyo gira alrededor del suyo. Ya eres su papá, que no lo diga en papel es otra cosa- 

-¿Estás seguro que el gay es Alberto?- Alejandro le dio un empujón y luego de ese vinieron varios. Eran como dos muchachitos jugando en la cama de los papás. Cuando terminaron, Darío sacó otro sobre y se lo dio a Alejandro. 

-¡Nojoda! ¡Lo sabía!- dijo cuando abrió el sobre. Dentro estaban dos pasajes de avión para Italia y papeles de una escuela. 

-¿Instituto de arte?- Alejandro lo miró extrañado. 

-Él pinta. Le he descubierto bosquejos por ahí. Es muy bueno- Alejandro se sorprendió con la información.

-Míralo pues…se lo tenía guardadito. Pero… ¿Italia? ¿Qué pasa contigo?- Darío se encogió de hombros.

-Puedo ser doctor allá también. Ya he hablado con mi jefe y me puede dar varias recomendaciones y ponerme en contacto con gente. Eso es lo de menos- Alejandro sonrió y negó con la cabeza.

-¿Ves? Papá- Desde la escalera comenzaron a gritarles para que bajaran. Ambos se incorporaron de la cama, Darío guardo los papeles y antes de salir Alejandro le puso una mano en el hombro y le dio un apretón.

-No tienes de que preocuparte. Te aseguro que estará encantado con la idea. Y sí, por supuesto que seré el padrino del muchacho. No tienes ni que preguntarlo- Darío soltó una carcajada que duró todo el camino hasta que bajaron. Abajo los recibieron con más risas.

Darío tenía algo oculto aún. No le había dicho a Alberto ni a nadie de su viaje a la casa de la familia de Alberto, no le había dado el mensaje de su hermano. La reacción de Alberto sería terrible, de eso no había duda, pero ¿Lo suficiente para odiarlo e irse de la casa? Darío se quedo viendo por una ventana mientras pensaba en eso.

Del otro lado de la calle, dentro de un auto color negro estaba un hombre vigilante de todo lo que ocurría dentro de la casa de Darío. En sus manos tenía una cámara, y de copiloto un revolver.

El mismo que en un par de días cobraría la vida de uno de los que en ese momento se encontraba en la casa.