Mi amiga, la convivencia


Los primeros días en casa de Darío fueron muy incómodos, las primeras semanas fueron mejorando, para mitad de mes ya él y Alberto tenían una rutina, aunque no mucho intercambio de palabras. El único inconveniente pasó estando Darío fuera de la casa. Ana María se apareció en el porche gritando por Darío, Alberto la escuchó, salió y la corrió de ahí. Para Darío eso no había sido inconveniente, lo que ocasionó, sí. Su madre llegó a los dos días. Por suerte, esta vez estaba Darío en casa. Ambos estaban en la cocina preparando la cena cuando tocaron la puerta, Alberto fue a abrir. 

-¡¿Dónde está mi hijo?!- 

-¡Epa!- 

-¡SUELTAME!- 

-¡¿Quién es usted?!- Darío reconocía esos gritos. Fue corriendo a la entrada. Alberto tenía a su madre tomada del brazo en el umbral de entrada. Ambos clavaron su mirada en él cuando llegó. 

-Darío, esta mujer quiere entrar a la fuerza- Su madre iba a comenzar a responderle con gritos. Darío habló primero. 

-Está bien, Alberto. Ella es mi madre- Alberto la soltó y bajó la cabeza apenado. 

-Perdón, señora- 

-¡PERDÓN NADA! ¡¿Quién eres tú y qué haces en casa de mi hijo?! Darío ¿Quién es él?- 

-Mamá, deja el escándalo. Termina de pasar. Alberto, por favor, échale un ojo a la comida, que no se queme- Alberto asintió y se fue a la cocina. 

-¿Por qué sigue aquí después de la grosería que le hizo a la pobre de Ana María?- 

-Porque para mí no fue una grosería sino lo que yo hubiese hecho, pero no estaba aquí así que Alberto lo hizo por mi- 

-Debiste correrlo- 

-De hecho, le compré algo en agradecimiento- La rabieta que hizo su mamá le dio mucha satisfacción 

–Mamá, cálmate. Estamos haciendo cena, quédate y come con nosotros- Su madre miró de mala gana hacia la cocina. 

-¿Quién es él? ¿Qué hace aquí? ¿Por qué está viviendo contigo?- Darío negó con la cabeza y se sentó. Su mamá también se sentó y se le quedo mirando. Darío sabía que no dejaría de hacerlo hasta que le respondiera. 

-Es uno de mis pacientes. Llegó una noche al hospital cargado por una mujer. Alguien lo había golpeado brutalmente y lo dejó en la calle, de no ser por ella seguramente hubiese muerto- 

-Eso no explica por qué está aquí contigo- Darío trató que la insensibilidad de su madre no lo sacara de quicio. 

-No tenía a donde ir. Su familia se desentendió de él y su novio fue quien lo golpeo, no podía dejar que… 

-¡¿Qué?! ¿Qué dijiste? ¿Novio? ¿Él es marico?- -¡Mamá! Eso es ofensivo- 

-Ofensivo es que lo traigas a tu casa, y me lo presentes. Esa gente está mal, Darío. Son locos, están enfermos- 

-¡MAMÁ! Te estás pasando de la raya. Es despreciable que digas esas cosas- 

-¡Cuida tu lenguaje, Darío! Mira que soy tu mamá- 

-Y estás actuando como una extraña para mí- 

-¡Darío!- Su madre se llevó la mano al pecho en un exagerado gesto dramático –Tú nunca me habías hablado así- 

-Porque nunca había visto este lado malo y mezquino tuyo. Ese pobre niño está en la calle y tú te horrorizas por la persona de la cual puede enamorarse. Como si eso fuese problema tuyo o mío- 

-Es que no quiero que te lo pegue- En ese momento Darío no sabía si halarse los cabellos o reírse en la cara de su mamá. Se pasó las manos por la cara en busca de un punto de tranquilidad. Su paciencia se acababa con los segundos. ¿Cómo podía su madre utilizar argumentos tan ignorantes e intolerantes? Darío se dio cuenta de una pequeña parte del sufrimiento de Alberto. Ser acusado de esa manera…con razón no todo mundo podía soportarlo. 

-No hables de eso como si fuese una enfermedad, mamá. No lo es. Sé de eso, soy médico. El hecho de que Alberto esté viviendo conmigo no significa que cambiare mi orientación sexual. Es de ignorantes que siquiera pienses de esa manera. Y sé que no eres ignorante, mamá. Al contrario, eres la mujer más inteligente que conozco. Así que, por favor, deja ya de meterte con Alberto. Se queda conmigo y ya- Su mamá quería decir otra cosa pero se contuvo. Darío pudo ver como eso la estaba molestando. Su madre jamás se guardaba nada. 

-Tienes razón, hijito. No debí decir esas cosas. Pero es que estoy preocupada por ti, desde que no estás con Ana María siento que estás… 

-Si algo estoy sin Ana María es libre- Darío utilizó un tono lo suficientemente cortante para callar a su mamá por unos segundos. -No digas esas cosas. No puedes botar todos esos años juntos sólo por un pequeño error- Darío se rio para no hacer lo que de verdad quería: Gritar y tirar algo contra el piso. 

-¿“Un pequeño error”? Ella me traicionó, mamá, me montó cachos ¿o es que acaso no te eché el cuento completo?- Darío ya no tenía paciencia para seguir con esa conversación. 

-Le estás echando toda la culpa a ella- -¡ES QUE TODA LA CULPA ES DE ELLA! ¡Es con ella con quien tenía un compromiso! ¡Es ella la que tomó la decisión de cogerse a un extraño en MI casa, en MI cama! ¡Y qué bolas tienes tú de defenderla a capa y espada en vez de apoyar a tu hijo!- 

-Pero es que… 

-¡Fuera!- Las palabras salieron solas, pero Darío ya no podía más con eso. 

-¿Qué me dijiste?- 

-¡Fuera! ¡Vete a buscar a tu hija querida!- 

-Tú eres mi hijo… 

-Mamá. Fue-ra de mi casa. Salté ¡YA!- su mamá se estremeció con el grito. Nuevamente quería decir algo pero Darío debía lucir lo suficientemente molesto para que se frenara de decirlo. Tomó su cartera y salió de la casa. Darío quería sucumbir a sus instintos y lanzar todos los adornos de la sala contra las paredes pero eso quedó en segundo plano cuando se dio cuenta que seguramente Alberto había escuchado todos sus gritos. Fue a la cocina. 

-Alberto, perdón por los gritos- No había nadie en la cocina, las hornillas estaban apagadas y la puerta trasera de la casa abierta. 

-¡¿Alberto?!- Nadie respondió. Darío siguió llamando dentro y fuera de la casa y nadie respondió.