Mi amiga, la ayuda


Darío llegó al hospital con una caja cargada de envases con café. A medida que iba recorriendo los pasillos los iba entregando a enfermeras y doctores, la mayoría de ellos había pasado toda la noche allí de guardia. Él también pero en la clínica al otro lado de la ciudad.

-Tú deberías estar en tu casa, durmiendo. Ya sacaste a la peste de ahí- Darío rio y le entregó el último café en la caja a Dorotea. –Creí que tú no tomabas café- Dorotea señaló a otro envase en la caja-

-No, no es para mí. Es un batido de frutas y proteínas para Alberto, como no puede comer nada solido aún pensé que…- Dorotea tomó a Darío del brazo y lo metió en una habitación vacía. –Dorotea ¿Qué pasa? ¿Por qué…

-Ok. Voy a hacer una pregunta y me la vas a responder Darío Alejandro- Darío se quedó callado. Con la expresión que tenía en la cara Dorotea, era lo más inteligente que podía hacer. –Tú y ese niño ¿están…teniendo algo? Porque el hecho de que Ana María te haya engañado no quiere decir que tienes que renunciar a las mujeres- Darío se quedó parado, viendo a Dorotea sin saber si reír o esconderse en una esquina de la pena. Ahora que lo pensaba, sus gestos para con Alberto si daban qué pensar.

-Por dios- susurró y entonces Dorotea dejo salir una bocanada de aire con alivio.

-¿Qué es lo que tienes con ese niño entonces? Es sólo un paciente más, Darío. Y ya no tienes nada que ver con él. Alfredo puede darle de alta. De hecho, es quien debe darle de alta porque fue quien lo operó- Darío negó con la cabeza.

-No es eso, Dorotea- Darío dejó la caja con el batido en la mesa y se sentó en la cama. Suspiró antes de volver a hablar –Ayer fui a la casa de los padres de Alberto. Hacen como si no existiera, Dorotea. Lo que nos dijo el tipo ese que golpeó a Alberto resulto ser verdad. Son horribles personas, lo más irónico es que son parte de una iglesia. Dos años sin verlo y no les afecta en lo más mínimo. Ese niño no tiene a nadie que vele por él, desde los dieciséis años ha estado sólo y dios sabe cuanto tiempo estuvo a merced del animal ese. Además, tú y yo hemos visto estas cosas antes, en lo que él salga de aquí ira a retirar la denuncia y volverá con ese tipo- Dorotea suspiró y se sentó a su lado.

-Me parece muy noble que quieras resolverle la vida, Darío, pero no puedes andar de madre Teresa con cuanto niño ha tenido una mala vida. Hiciste todo lo que debías con él, no le debes nada, no tienes por qué andar trayéndole batidos de frutas y proteínas, y mucho menos ofrecerle que se quede en tu casa- Darío sonrió y asintió. Tomó la mano de Dorotea y se levantó de la cama.

-Tienes razón. He hecho todo lo que debía, no todo lo que podía. Lo siento, Dorotea, pero voy a ayudarlo. No voy a ser otro más que le de la espalda- Dorotea dejó salir aire sonoramente como señal de derrota. 

-Bien. Pero prométeme que no te meterás a marico- 

-Dorotea- la reprendió Darío, el primer encontronazo que habían tenido ella y Alberto fue por el uso de esa palabra. 

-Gay, homosexual, como sea. El punto es que no te viste tan bien como para ser uno- Ambos se rieron y salieron del cuarto. Dejó a Dorotea en la estación de enfermeras y siguió su camino a la habitación de Alberto. Cuando lo vio entrar iba a gritarle de nuevo. 

-¡Se te van a salir de nuevo los puntos! Escucha antes de gritar que me quieres fuera- Alberto cerró la boca y se le quedó viendo con la misma expresión del día anterior, pero esta vez sin sangre en los vendajes. –Sólo te traje algo para que tomes ya que no puedes comer solidos hasta que sanes- Le tendió el vaso con la merengada. Alberto la agarró de mala manera y comenzó a tomársela. Darío aprovechó el momento. –Mira Alberto, de verdad quiero ayudarte. Eso no es motivo de vergüenza o rabia. No quiero que estés en la calle cuando salgas de aquí o que vayas a retirar la denuncia contra Ricardo y vuelvas con él sólo para que estés de nuevo en esta cama con peores heridas o, peor, muerto- Darío tenía la mano lista para taparle la boca en caso de que volviera a alterarse hasta el punto de perder sus puntos. Entonces Alfredo lo vetaría definitivamente del cuarto de su paciente. Alberto no dijo nada. Darío abusó de su suerte un poco 
–No quiero que te hagan más daño, Alberto. Pero tienes que ayudarme, y a ti también- Darío le volvió a ofrecer la copia de la llave de su casa. Alberto terminó con la merengada y se aferró al vaso por unos segundos, luego lo intercambio por la llave en la palma abierta de Darío. El doctor trató de no sonreír tan evidentemente y decidió que era suficiente por el día. Salió del cuarto sin decir más nada. 

Ya podía ir a dormir tranquilo a casa.