Demonios Internos II
Prioridades


Los humanos imaginaban el infierno de distintas maneras gracias a sus libros, películas y otros instrumentos para animar su imaginación. Lo que todas tenían en común era que el infierno es un lugar para sufrir. Las almas que eran enviadas allí por sus malos actos, la pagaban en un ciclo de amargura sin descanso. Las más fuertes llegaban a convertirse en demonios. El infierno estaba en un plano distinto al de la tierra, al igual que el cielo. La verdadera forma cambiaba pero básicamente era un desierto sin fin con varias secciones en que, como todo reino, se alzaban imponentes castillos, hogar de poderosos, sádicos y terribles demonios. Para los no tan poderosos, existían las cuevas, un laberinto donde el verdadero juego de poder ocurría. Mientras los señores del infierno, caballeros y la prisión de Lucifer se mantenían inmutables, en las cuevas siempre había el demonio que tenía su vista fija en ocupar uno de los enormes castillos. Sumando poderes para elevarse sobre los otros. Y ocasionalmente lo conseguía.

En una de las cuevas estaba Remigras. Un alma que había llegado al infierno por su avaricia y de la misma manera se había convertido en demonio. Ahora, había amasado una gran cantidad de poder y tenía a varios bajo su comando. En su vida humana había sido un doctor que tratando de alcanzar mayor fama comenzó a hacer experimentos en seres humanos, como demonio no había cambiado mucho. Siempre experimentando, nunca sin algo que probar. Remigras estaba sentado, sosteniendo su última creación con los dedos, admirando como la luz rojiza del infierno creaba una infinidad de tonos rojizos en el contenido del pequeño frasco. Tanto poder en tan poco espacio.

-Señor- el demonio que apareció se inclinó a manera de saludo –Ya está listo. Hemos enviado la señal- Remigras sonrió.

-¿De acuerdo a las especificaciones?-

-Sí señor, tal como lo instruyó- Remigras soltó una carcajada –Excelente Loredas ¡Excelente!- se levantó de la silla y se acercó a su súbdito, lo tomó de los hombros en una señal de emoción –Lo de esta noche será hermoso, por fin, nuestro trabajo será recompensado. En lo que llevemos a cabo este experimento, y sea exitoso, no pararemos de ascender hasta ser los que saquemos a Lucifer de su prisión. Y desde allí, los poderes nos lloverán- ambos demonios sonrieron y el súbdito se arrodilló ante su amo.

-Y será usted quien nos lleve a tal destino, amo, no tengo duda, pero… ¿Está seguro que esto funcionara? ¿Los cazadores…irán?- Por supuesto que sí pensó Remigras. Él sabía lo que su plan significaba para demonios no tan visionarios como él. Lo que los otros demonios tampoco tenían era un amigo dentro de los cazadores, alguien que había planeado cada paso de ese plan junto a él, alguien que le dijo qué hacer, cómo hacer y a quien acercarse, le había dado un sujeto de pruebas, le había dado todo. Porque cuando el poder en el pequeño frasco de liberara, sería una nueva era para el infierno, sería el final para el reino de los humanos, los cazadores y todo lo vivo que se pusiera en medio.

-Vete a preparar, Loredas. No querrás ser un mal anfitrión- El demonio no esperó algo que no conseguiría y desapareció. Remigras volvió a su asiento y continuó admirando el trabajo más grande de su existencia.



Era la octava vez que Jarek intentaba comunicarse con su hermano. El teléfono le daba esperanzas en un par de tonos pero luego lo enviaba al buzón de voz. Eso lo odiaba de su gemelo, no estar al pendiente de su teléfono cuando andaba revolcándose por ahí, especialmente si él estaba a punto de dar informe de su misión a su superior y éste esperaba verlos a ambos allí. Para empeorar las cosas, no era la primera vez que Jared dejaba plantado a su superior, tenía el desprecio del hombre bien ganado.

-Maldita sea, Jared, atiende o aparece- susurró luego del noveno intento fallido.

-Tu madre no te lavó la boca con suficiente jabón ¿verdad mocoso?- Jarek sonrió antes de voltear. Sólo una persona lo llamaba así.

-Aún vives, viejo. Me sorprende que tus gastados huesos hayan regresado en su empaque original en lugar de una urna. En mi opinión, hubiese sido una enorme mejora- Ambos hombres se dieron un fraternal abrazo entre risas. Al separarse, Jarek inclinó la cabeza en forma de salud y el viejo hombre puso su mano sobre ella mientras decía un par de oraciones en otra lengua. –Es bueno verte, Maximilián- El anciano de pronunciadas arrugas, larga cabellera blanca y semblante pacificó sonrió. Usaba un hábito de color blanco con detalles en negro.

-A ti también, Jarek. Pero veo que sigues teniendo los mismos problemas que cuando me fui- dijo señalando el teléfono en su mano. Jarek sólo se encogió de hombros.

Jarek y Maximilián eran amigos desde que el joven tenía memoria. Max, que era como lo llamaba cuando no había nadie alrededor para alarmarse por su atrevimiento, era un alto sacerdote. El único que había en su clan, una posición de casi tanto respeto como el de su abuelo, fundador y patriarca. Se decía que los altos sacerdotes se ganaban su titulo luego de haber sido tocados por un ángel, eso les daba una provisión infinita de energía vital, la materia prima de sus conjuros. Un sacerdote normal moría si sus conjuros drenaban toda su energía, para un alto sacerdote eso no era preocupación. De pequeño, Jarek se escurría hasta los aposentos de Max para verlo conjurar animales de luces de colores y que lo hiciera flotar en el aire. No tenía idea de cuantos años tenía Max de vida pero lo prefería así. No se imaginaba no tener a su amigo.

-¡Ross!- Jarek apretó los puños y maldijo en voz baja. Se volteó y afirmó con la cabeza

-Señor- Raeyan, su superior, de cabello negro liso, ojos de un gris intenso y mirada nada amable, lo examinaba de arriba abajo y al espacio vacío a su derecha, obviamente buscando a su gemelo.

-¿Dónde está tu maltrecha fotocopia?- Jarek tragó grueso. Si por algún milagro su hermano no aparecía, estarían limpiando el campo de entrenamiento y los alrededores de la mansión por décadas. Y si eso pasaba, Jarek planeaba convertirse en el único hijo varón de sus padres. Maximilián dio un paso adelante.

-Si me permite interrumpir, cazador Raeyan, estaba aquí para avisarle al joven Ross que su hermano está haciendo unas diligencias en mi nombre, que si podría excusarlo con usted, pero ya que estoy aquí, lo hago yo mismo- Maximilián le sonrió de forma descarada. Era una pobre mentira, Jarek lo sabía y Raeyan aún más, pero el tema con las mentiras no era lo que se dijera sino quien las dijera, y Max estaba en una posición de tanto poder que Raeyan nunca se atrevería a llamarlo mentiroso. Nadie en la casa, sólo su abuelo. Raeyan tenía la mirada cargada de frustración cuando fusiló a Jarek con ella.

-En lo que estés con tu hermano, vengan a rendirme cuentas- Se dio la vuelta y tiró la puerta de su oficina tras él.

-No debiste hacer eso. Raeyan seguro ira con el abuelo- Max se encogió de hombros.

-Debes cuidar de tu hermano, Jarek- Jarek soltó un par de cosas inentendibles en protesta. Maximilián siempre estaba con ese tema, y técnicamente ese no era su trabajo. De los dos, él era el menor por cinco minutos. Si alguien debía cuidar de alguien era su gemelo de él, pero sólo le daba dolores de cabeza.

Los pasos de alguien corriendo resonaban por la escalera principal. Max y Jarek se asomaron. Era Karena que subía a toda prisa. Fue el turno de Maximilián de decir cosas inentendibles en voz baja, se dio la vuelta y se adentró en los pasillos de la mansión. A diferencia de su hermano, a Maximilián de verdad le desagradaba Karena. Nunca había dado una razón y Jarek trataba de que eso no le molestara, no quería que eso interfiriera con su relación con alguno de ellos.

-¡Jarek!- le gritó su novia al verlo, aumentó la velocidad y se paró frente a él con una gran sonrisa.

-¿Qué pasa?-

-Quieren hablar contigo y con Jared… los hermanos, los han llamado- Jarek se quedó en silencio, la sorpresa lo hizo abrir los ojos tanto como pudo y el corazón alcanzó su máxima velocidad en latidos. En ese momento alguien entró por la puerta principal.


Jared entró al vestíbulo y dejó sus cosas en la mesa del recibidor, de pronto sintió que lo veían desde arriba. Y así era. Su gemelo estaba agarrado de la baranda con una expresión en el rostro que le dijo prácticamente todo lo que necesitaba saber. Una de las raras cosas de gemelos entre ellos.

-Maldición- susurro Jared antes de echarse a correr escaleras arriba.