Demonios Internos XI
El sacerdote


Las puertas de la casa se abrieron violentamente y una ráfaga de viento arrastró hojas por todo el suelo. Maximilian entró con paso apresurado y desbordando poder. No tenía tiempo para las impresiones o los gritos ahogados de la gente. Jared y Jarek iban flotando detrás de él. Ambos con sus heridas completamente abiertas y la sangre goteando por donde pasaban. Subió las escaleras y en su camino se encontró un joven sacerdote. Lo tomó por el cuello de su túnica y lo arrastró consigo. Frente a él estaban las personas que quería evitar, toda la familia Ross. Alma Ross y su hija menor, Pandora, se llevaron las manos a la boca para tapar sus gritos. Sebastián y su hija Desirée endurecieron sus miradas mientras sujetaban a esposa y hermana. Roden le tomó el pasó a Maximilian.

-¿Qué pasó?-
-No tengo tiempo para esto, Ross. Ten a los médicos listos- Maximilian entró a una habitación y empujó al joven sacerdote por delante. La puerta se cerró en la cara de Roden y él comenzó a gritar órdenes. En pocos minutos había un escuadrón médico a la espera fuera de la habitación. –Ocho pentagramas, ya- le ordenó Maximilian al sacerdote. Al joven le tomó unos segundos darse cuenta de lo que pedía.

-Pero maestro, eso es…-
-¡YA!- el joven se estremeció y comenzó a trabajar mientras Maximilian despojaba a los gemelos de sus ropas. Nadie en esa casa usaba los ocho pentagramas. Ni siquiera él. Pero había que hacer una excepción.
-¡Por Dios! Eso es… ellos están…- Maximilian volteó asustado. El sacerdote ya había terminado y veía con tristeza los sellos en sus pechos. –Maestro…usted…- Maximilian se transportó hasta quedar frente a él. El sacerdote lo miró con miedo y Maximilian puso su pulgar derecho en su frente. El sacerdote puso sus ojos en blanco y comenzó a temblar. Del dedo de Maximilian salía una pequeña nube de humo. Cuando despegó el dedo el sacerdote volvió en si aunque su mirada estaba perdida.
-Terminaste tu tarea. Sal de aquí, este no es sitio para un joven sacerdote. Que nadie entre- el chico asintió y fue hacia la puerta. Cuando la abrió Maximilian escuchó el murmullo de los presentes y el sacerdote diciendo que nadie podía entrar. Cuando la puerta se cerró, Maximilian se despojó de la parte superior de su túnica. Las marcas en su piel comenzaron a reaccionar a los pentagramas. Se sentó en el círculo de los ocho pentagramas y miró hacia los cadáveres de Jared y Jarek. Ambos estaban muertos. El sello que asustó al sacerdote era uno prohibido, del libro negro. Las almas de Jared y Jarek estaban aprisionadas, no podían salir de sus cuerpos muertos. Y así era como Maximilian las necesitaba. Esa no era uns tarea de sanación, sino una de resurrección.

Las marcas en la piel de Maximilian correspondían a los chakras, los centros de energía del cuerpo. En seres humanos normales eran siete y se encargaban de administrar la energía espiritual, pero en su caso eran ocho y se añadían a su energía espiritual existente. Ese era el secreto de su ilimitado poder.

Haces de luz salieron de los pentágonos y se dirigieron a cada una de las marcas, se pegaron a ellas como sanguijuelas. Cuando Maximilian empezó a moldear su poder las sanguijuelas de luz comenzaron a extraerle energía. Normalmente los sacerdotes necesitaban de los conjuros para moldear su poder, él no, cosa que hacía más fácil esa operación ya que nadie debía enterarse de eso. Mientras terminaba Maximilian repasó de nuevo todo en su cabeza, eso no era lo que debía haber ocurrido, algo había cambiado, la muerte de los gemelos no estaba por ningún lado, pero allí estaba, frente a sus cadáveres. Maximilian miró hacia Jared. Su alma no era la única que estaba atrapada, toda esa oscuridad estaba allí con ella, ese inmenso poder.
-Tienes un duro camino frente a ti, hijo mío. Lamento mucho que te esté tocando esto

Cuando todo estuvo listo, Maximilian extendió sus manos hacia los cuerpos de los gemelos. Más haces de luz salieron, esta vez de sus manos, y fueron lanzados hacia los cuerpos. Los rodearon y se concentraron en sus heridas. Maximilian comenzó a recitar un hechizo de sanación para cualquiera que estuviese escuchando al otro lado de la puerta, se levantó y caminó hacia los cuerpos. Estaba funcionando. Las heridas pequeñas ya estaban sanadas y las mayores estaban cerrando, lamentablemente las internas eran otra historia. Para eso era el equipo médico afuera de la habitación. Todo lo que Maximilian podía hacer era cerrar sus cuerpos y devolverles la vida, más de ahí era jugar con el diseño de las cosas.

A medida que la sanación finalizaba, Maximilian podía sentir las almas acoplándose poco a poco a los cuerpos, en el caso de Jared, su poder también estaba dejando de luchar. Sólo faltaba el paso final. Extendió sus manos hacia el suelo y los pentagramas se trasladaron hasta debajo de donde estaban los cuerpos, formaron un solo y enorme pentagrama, Maximilian juntó las palmas y concentró toda su energía. Cuando sintió que la cristalería de la habitación comenzaba a vibrar supo que era suficiente, alzó las manos, hizo puños y los dejó caer con toda su fuerza en el pecho de los gemelos. Ambos despertaron abruptamente y buscando por aire.
Ambos comenzaron a toser y expulsar la poca sangre que les quedaba dentro. Toda la luz desapareció, también el pentagrama. Maximilian puso su pulgar en un costado de Jared, le tapó la boca e imprimó un sello en una de sus costillas. La mano ahogó el débil grito. Imprimir un sello dolía como una quemada con un hierro a fuego vivo. Eso mantendría a la oscuridad en Jared fuera de los radares de los sacerdotes en la casa. Con sus poderes abrió la puerta de la habitación mientras se subía la túnica.

El equipo médico entró y se puso a trabajar, Maximilian salió y cerró la puerta. Toda la familia Ross tenía la mirada fija en él, hasta esa pequeña despreciable de Karena. Maximilian siguió su camino, el efecto del acto que acababa de realizar estaba llegando. Su energía era ilimitada pero la resistencia de su cuerpo no lo era. Para él ya estaba llegando el tiempo en que era un juguete de cuerda con un reactor nuclear dentro. Podía sentir la sangre salir de su nariz, orejas y ojos. Caminar era demasiado lento, se transportó hasta su recamara y al llegar fue corriendo al baño a vomitar todo lo que había comido ese día y el anterior.


Remigras recibió una ráfaga de golpes que no hicieron daño físico pero seguro le darían un buen dolor de cabeza cuando regresara a su cuerpo.
-¡¿QUÉ OCURRIÓ?!- preguntó su cómplice –Que llegasen moribundos a la casa no era parte del plan.
-Tampoco que uno de ellos usara un hechizo
-Tu estúpido plan falló- Remigras soltó una carcajada.
-Al contrario, fue un éxito. La semilla está ahí, creciendo, haciéndose fuerte. Pronto…
-¡ME SABE A MIERDA EL PRONTO! Tengo un…lo que sea que le hiciste bajo el mismo techo que mi clan. Se acabó, a partir de aquí me encargo yo- Remigras iba a decir algo pero su cómplice desapareció.


Deseaba que Jared le arrancara el corazón.